domingo, 13 de marzo de 2011

Él (IV) Y un aviso para corazones muuuy sensibles.


Bueno.  Actualizo después de mucho tiempo el relato "Él", que en breve concluirá, calculo que en dos o tres entregas más. He decidido acortar un poco el asunto y darle algo de crudeza. No es que sea violento, ni siquiera es gore, que tampoco es plan de pasarse.  Aviso que puede ser un poco duro, aunque mucha dureza no se la veo ahora mismo, pero claro... En fin que me dejo de cháchara y doy paso. Total, no creo que ninguno de los que me lee sea tan inocente todavía.





27 de Abril.

Las dos perras estaban muy asustadas. Joe Massera y Tony Bassi vivían juntos. No obstante, eran novios, aunque sus jefes y compañeros no tenían ni idea. No lo entenderían. En todo caso, habían decidido huir bien lejos al enterarse de las muertes anteriores. Estaban incluso contentos al llegar a la otra punta del país. No creían que les siguiera y cuándo recibieron el aviso en su hotel de que su vuelo se retrasaría, no los hizo crisparse. Estaban muy, pero que muy tranquilos.

Recordó la satisfacción la cara de espanto de Joe al abrir despreocupadamente la puerta. El fútil intento de sacar su pistola, neutralizado por un certero golpe en la mandíbula, que lo hizo caer al suelo. Cuándo llegó Tony, se encontró a su amante en el suelo, inconsciente pero vivo. Justo a tiempo para que con la misma cachiporra lo golpeara en la sien. Meterlos en el baúl que traía había sido un juego de niños y también el convencer al botones de que cerrara la boca y le ayudara a meterlo en el todo terreno negro, con la promesa de que volvería si en algún momento le delataba. Eso si, desde luego, sacarlos luego del baúl en aquél cobertizo separado de cualquier cosa, desnudarlos y atarlos a los soporte en forma de cruz, uno delante del otro… Eso había sido una cabronada. Así que se desfogó un rato.

Estuvo un buen rato golpeándoles con dos puños americanos. Sin mucha fuerza por si acaso los mataba a puñetazos, pero con decisión y a lugares que por experiencia, sabía que dolían un montón. Por suerte, para él, ya estaban conscientes. Y tan completamente aterrados que aquél lugar olía francamente mal. Estaba bastante claro que gritaban, pero la mordaza era lo suficientemente efectiva como para que el ruido no saliera de aquellas paredes. No demasiado efectivas, pero debido a su lejanía con cualquier lugar, era más que suficiente. Ya le dolían los brazos del esfuerzo, así que decidió pasar al plato fuerte sin demasiado intermedio, como tenía planeado en un principio. Desde luego, torturarlos físicamente no era su primera intención, pero ninguno tenía familia a mano, pero cuándo se enteró de que eran pareja, consideró que aquello era un regalo. Para él, desde luego.

Muchas horas. Muchísimas. Es lo que había tardado en cortarles cada miembro del cuerpo en varios trozos. Poco a poco y sin prisas, usando torniquetes y cerrando heridas cada vez. Poniendo todo el cuidado del mundo, haciendo las curas con la precisión de un cirujano y la mala leche de un interrogador de la mafia. Les reservaba aquél final tan especial porque en el vídeo, habían sido especialmente cruentos. Más todavía. En ciertos momentos la ira había estado a punto de llevarse la magia, pero supo controlarse. Ahora se sentía observado por dos muñecos, patéticos y desfigurados. Sin miembros, sin orejas ni narices. Estaban fuertemente amarrados, para maximizar la sensación de impotencia, la sensación de estar siendo destrozados por una fuerza irresistible. Y así era.

– ¡Bueno pareja!– Les retiró las mordazas, las bocas entumecidas soltaron un gemido. –Ha sido muy divertido, pero debemos terminar ya. –
– Ma… mátanos por favor...– Apenas podían hablar ya. Estaban completamente desechos. –P… Por favor. –
– Hmm...– Se rascó con aire entretenido la barbilla. –¿Sabéis qué? Que tenéis razón. –
Descorrió una cortina y dejó ver una mesa metálica, con una superficie negra. En un lateral tenía varios indicadores y un par de diales, además de patas con ruedas Estaba conectada mediante un cable a la pared. Parecía eléctrica. La arrastró, dejando que la alargadera hiciera su trabajo. Ahora pudieron ver que el aire por encima se ondulaba. Como en la superficie del asfalto un día caluroso. Echó una pastilla en el centro, que comenzó a derretirse poco a poco, con un leve chisporroteo. Olía a manteca.
– Vais a morir.– Sonrió, malévolo. –Pero va a ser a fuego lento. –

En mitad del bosque, cerca de un pequeño, maloliente y contaminadísimo lago, unos terribles gritos se escuchaban. Al principio pedían clemencia, llamaban a sus madres o a Dios. Después sólo eran aullidos de potencia inenarrable. Hasta que poco a poco, con toda la calma del mundo, enronquecieron y acabaron por desaparecer y dejar paso, de nuevo, a la tranquilidad de la naturaleza.

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