martes, 5 de abril de 2011

Folgore IX


 Y aquí estamos una semana más con una nueva actualización. De nuevo me abstengo de hacer predicciones o conjeturas sobre la próxima, que trae mala suerte. En fin, esta semana poco tengo que anunciar así que doy paso ya a la nueva entrega de Folgore (que será plan ya de comenzar a componer un capítulo como estoy haciendo con los otros).





La avalancha recorría con rapidez la ladera, arrastrándolo todo a su paso. El temblor traía también un grito hasta la falda de la montaña, dónde se encontraban ambos deportistas, que se giraron a mirar y se horrorizaron de lo que vieron. Corrieron desesperados, buscando cualquier abrigo que pudiera servirles, pero no encontraron ninguno. La nieve se acercaba implacable, destrozando la ladera arbolada, llenando de terror a ambos. Y antes de que se dieran cuenta, ya la tenían encima.

Entre la nieve en movimiento algo estalló con fuerza. Salpicaduras de sangre se esparcieron y desaparecieron entre el alud. Y un rayo amarillo salió disparado hacia arriba, levantando polvo blanco a su alrededor. Folgore frenó para cambiar la batería de nuevo, pues la había gastado entera para poder matar a la criatura y pasó inmediatamente a búsqueda activa. Mandó avisos de avalancha por radio en todas las frecuencias, esperando poder alertar a quien fuera necesario y salió disparado porque había encontrado el rastro que buscaba.

Volaban. De nuevo. El olor dañaba la nariz y Folgore ardía. El contacto contra el traje quemaba y que aumentara poco a poco no ayudaba en nada a calmarlos. Gritaban ambos muy seguido y muy fuerte y le daban ganas de soltarlos, porque se estaba agobiando por el calor, que ya comenzaba a doler.
– ¡Parad cojones, parad! ¡Que nos matamos coño!
Abrió la ventilación, que despidió vaho casi inmediatamente y comenzó a descender, pues el corrimiento ya había cesado. Y apenas unos metros por encima, cayeron con fuerza.

Se había hundido bastante en la nieve, derritiéndola poco a poco por la alta temperatura.  Dado que se estaba asando, usó los brazos para sepultarse y enfriar lo más rápido posible el traje, pues ya notaba las quemaduras y el escozor. Se estaba cagando en gran cantidad de cosas cuándo cuatro manos excavaron y lo agarraron con fuerza y decisión, tras tantearle un poco. Estiraron para arriba con el fin de sacarlo a la superficie. La franja amarilla estaba negra, sucia del hollín que salía de algunos puntos del héroe. Despedía un olor muy fuerte a quemado y aún estaba demasiado caliente, pero al menos no parecía que fuera a arder sin venir a cuento.
– ¿Estás bien? – El joven trataba de mirar dentro del casco, para saber si estaba con ellos todavía. – Creo que está bien, pero no dice nada.
– Si, si, perdona. Es que hace… – Se dejó caer para sentarse. Le dolía todo el cuerpo, en especial los miembros y el costado izquierdos, que más castigo habían sufrido. – Hace mucho calor.
– Bien, hemos llamado a emergencias y han dicho que van a enviar un helicóptero.
– Bueno, gracias, pero no hará falta. Puedo volver sólo a casa. – Hizo chequeo de sistema. – Creo.
– ¡Pero si estás hecho polvo! ¿No deberías dejar que te lleven a un hospital?
– No creo que sea necesario, además puedo cuidarme yo mismo, tranquilos.
Se quedaron callados un momento, mientras Folgore se colocaba bien el casco, que con el golpe se le había desplazado.
– Al menos toma esto. – Apuntó apresuradamente en su agenda y le pasó la hoja. – Es mi número de teléfono. Soy psicóloga y antes estaba claro que querías hablar. Si vuelves a necesitarlo, llámame.
Se la quedó mirando. Estaba sorprendido y aunque no se le viera la cara, era evidente hasta para un niño. Ella no se movió hasta que él, con un movimiento suave, se guardó la nota.
– Yo soy Gina y él es Aldo. Encantados
– Yo soy K... Eh. Soy Folgore. Igualmente.

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