miércoles, 13 de julio de 2011

Ira. Prólogo (II).

Por fin la nueva actualización de Ira. Después de tanta tontería ya podéis seguir leyendo.








Ira, ya está casi aquí. – El chico, de apenas veinte años de edad, se volvió sonriente a su jefe. – El par no debería tardar en ponerse en acción.
– Más les vale… – Comentó, lúgubre. – ¡A los caballos!
Se colocaron los pañuelos al cuello y esperaron a que la locomotora pasara velozmente por su lado. Espolearon a sus monturas ante las atónitas caras de los fogoneros mientras comenzaban con los gritos y algún disparo aislado, acercándose todo lo posible al tren.

Los pasajeros se agacharon al escuchar los tiros y se pudieron oír gritos de terror, tanto de mujeres como de hombres. Los que no se cubrían hacían exactamente lo contrario. Algunos hombres, que no eran otra cosa que guardias de alquiler, de los que la guerra había producido en masa, se dispusieron a repeler el ataque. Ira pudo ver como uno de ellos abatía al joven de delante con maestría. Por eso nunca era el primero. Al primero lo solían cazar mucho, con facilidad. Apuntó con calma su Remington del 58, rayado y de aspecto gastado y derribó de un certero tiro al que acababa de disparar. Cambió a la otra mano para disparar con el su Colt Army, que ya estaba amartillado y alcanzó a otro, que había disparado un par de veces en su dirección. Sonrió con calma al ver el jaleo que comenzaba a montarse en el interior del vagón. El par acababa de llegar.

De la puerta que conectaba la primera clase, aparecieron dos jóvenes, muy muy jóvenes, que incomodaron a todos con sus gritos.
– ¡Todo el mundo con las manos en alto!
Un par se giraron. Otro par rieron estruendosamente ante el ruego de los chicos. Todos dejaron de sonreír al ver que los dos empuñaban armas y daban muestras de haberlas usado. Al ver que los hombres comenzaban a apuntarles, el rubio interpuso a un hombre para cubrirse. El moreno, se lanzó a la izquierda disparando con rapidez.
– ¡Nunca nos toman en serio Tom! – Dijo el rubio, después de obligar a su escudo a arrodillarse. – Deberías hacérselo pagar.
– ¡Ya lo veo ya! – Dijo el moreno, que recargaba en las rodillas de un pasajero, que yacía desmayado a causa del codazo que le habían propinado. – ¡Vamos a enseñarles Mike!

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