viernes, 15 de julio de 2011

Ira. Prólogo (IV).


 Hoy traigo al límite del día la nueva entrega de Ira. De nuevo, espero que la disfrutéis leyendo tanto como yo la disfruto de escribir.






Ira pudo ver claramente cómo Mike peleaba con el enganche que mantenía unida la carbonera y la locomotora al resto del convoy. Había agarrado una palanqueta y golpeaba con energía los pernos de sujeción. De pronto, el convoy entró en una curva e hizo trastabillar al joven, cayendo por el lado por el que los asaltantes se acercaban. Consiguió agarrarse por los pelos a la baranda del vagón, pero quedó colgado sobre los raíles, que pasaban velozmente bajo sus pies. Intentó subir, pero no era capaz de auparse con los brazos ni de encontrar pie. Miró alrededor desesperado, mientras daba cortos gritos, más por el esfuerzo que por el miedo.
El bandolero, al ver el problema en el que se había metido el joven, picó espuelas con violencia, azotando el cuello del animal con las riendas, mientras extendía la mano derecha.
– ¡Cógete a mi mano! ¡Chico, maldita sea! – Se había inclinado mucho, alargándose todo lo posible. – ¡No puedo bajar más!
Mike alargó el brazo, pero la baranda cedió ligeramente y rozaron sus botas con las vías. Se aferró de nuevo al gimiente tubo de hierro y soltó un sollozo leve. Ira masculló algo, pasó la pierna por los cuartos traseros de su caballo y apoyó el pie izquierdo en el estribo, mientras se sujetaba a la silla con la zurda. Trataba de mantenerse en el sitio, a pesar del continúo traqueteo y el saltar de piedras, que lo incomodaban. Escupió polvo, pues su boca estaba llena y volvió a extender el brazo.
– ¡Cógete ahora! – Ordenó, con terrorífico tono. – ¡Por última vez, agárrate!
A pesar del incesante traqueteo y en parte gracias a la voz de Ira, se estiró todo lo que pudo y se agarró a su muñeca. Justo en ese momento, cedió completamente la baranda y el chico cayó. El bandolero hizo fuerza para tratar de subirlo, pero tal  como estaba fue insuficiente para otra cosa que no fuera mantenerlo alejado del suelo. El caballo, al tener todo el peso en su costado, venció hacia la derecha. Habrían dado con sus huesos en el polvo, si Ira no hubiera apoyado su bota en el vagón. Estaba entre el caballo y el convoy, abierto de piernas y sujetando tras él al chico, que aún se debatía por subir. El brazo crujió y cabecilla gruñó. En ese momento, el chico, tocó pie en el suelo, Ira soltó la pierna derecha y con el impulso, como volando tras la grupa, Mike aterrizó exactamente en la silla.
– ¡Suéltame maldita sea! – Rugió su jefe, irritado por lo ridículo de la situación y el dolor. – ¡Ahora!
El joven tembloroso le hizo caso y masculló una disculpa. Ira, a punto de salirse de sus casillas, pasó a la unión de los vagones y la emprendió a golpes con los pernos, que bajo la fuerza propinada, liberaron el convoy. El bandido, se ajustó el pañuelo y entró en el vagón, frotándose suavemente el brazo derecho, que le dolía a rabiar.
– Muy bien. El jefe ha dicho que ustedes podrán irse en cuánto terminemos. – Lo dijo en su tono habitual, aunque desmejorado por el esfuerzo que había realizado. – Lamento no poder quedarnos más, en vista de las hermosas mujeres que viajan hoy.
Un par de jóvenes muchachas se intentaron esconder de la mirada lasciva e insolente del bandolero. Las mujeres más mayores ahogaron los comentarios despectivos cuándo la mirada de serpiente pasó por el vagón al completo.
– ¡No podemos consentir este atropello! – Un joven e idealista joven se irguió, como arengando a sus vecinos. – ¡Debemos…!
Un disparo en el estómago lo derribó de espaldas, lanzándolo contra los pasajeros de atrás. El humeante Remington estaba en la mano de Ira.
– ¡Hoy estoy de humor! – Gritó, como si su audiencia fuera mucho mayor, dirigiéndose a ella con desidia. – ¡Así que ese joven es posible que sobreviva! ¡Pero no sean así, taponen la herida! Que poco civismo.
Se quedó mirando al yaciente que gemía aún, tratando de mantener dentro sus tripas. E Ira, sonrió para sí.

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