martes, 1 de mayo de 2012

Folgore XIV (media entrega).


 Una entrega vergonzosamente corta, pero mirando el lado bueno, es media entrega. Sigo medio medio, pero al menos lo suficientemente animado y no-tan-drogado como para no aprovechar el tiempo y sentarme en la silla a escribir.






Le habían pedido que devolviera a Folgore mientras terminaban con el proyecto. Era el modelo a seguir en cuánto a las conexiones y ahorraría tiempo. No se pudo negar, ya que en todo caso poco uso le iba a dar hasta que le dieran el alta, aunque ya no tenía que llevar el molesto arnés protésico, así que decidió irse al hangar de su propiedad, dónde almacenaba su avión personal. Lo había estado arreglando desde que sufriera una pequeña mal función  que había evitado el vuelo durante algunos meses. Casi tantos como Folgore en activo. Se sentía culpable, porque había dado mucho la paliza con el tema desde que le tocó la lotería y había dado numerosos saltos de alegría el día que se lo entregaron, en aquél paraje plano, entre tanta montaña. En el hangar estaba solo, a excepción de la avioneta con la que bajaba de las montañas hasta una pequeña pista cerca de la ciudad. Entre el estrépito de las herramientas, se entrecortaba la radio, que emitía rock, intercalado con noticias.
–Casi… Ya casi –apenas se oía a sí mismo con el escándalo que montaba la llave neumática–.  ¡Ah, perfecto!
Recorrió el ala hasta el fuselaje, antes de meterse por la salida de emergencia del piloto, que estaba abierta. Cerró al entrar y sentarse en el asiento izquierdo. Poco a poco, repitiendo de memoria los pasos, conectó lo necesario para el encendido. Y por último, las hélices comenzaron a rotar, perezosas, hasta convertirse en un disco contínuo.

A casi quinientos kilómetros de allí, una figura de color pardo surcaba tranquila el cielo sobre Frankfurt, buscando la presa que le habían encargado.

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