jueves, 28 de junio de 2012

Hora de morir.

Ésto me vale de relleno de momento, pero me ha gustado y lo voy a usar para uno de los personajes del fanfic de Star Wars que escribo, en el que rehago parte de la historia galáctica, para hacer que cuadre y tenga gracia. Estoy casi seguro de quién es, pero siempre puede cambiar, es la maravilla.


No creía que pudiera hacerse, pero allí estaba. Había frenado a las tropas imperiales hasta el límite, hostigándolas desde la espesura. Pero ya habían penetrado y ahora avanzaban raudas al hangar principal. Debía darles un minuto. Sólo un minuto y supondría una victoria más, aunque al precio máximo para él. No le importaba. Un sólo minuto, para que los chiquillos escaparan. Esperaba que pudieran arrancar la nave ellos sólos, pero les había enseñado bien. Tenían buenos maestros.
El rumor de botas se acercaba en la semioscuridad palpitante del pasillo. Por aquí y allá, las luces estropeadas destellaban levemente. Su fusil había acabado tan vacío cómo su estómago, así que lo abandonó. La puerta cerrada tras él estaba asegurada, así que proporcionaría otro minuto, o minuto y medio más. De sobra.
Pero él, no los acompañaría, sino que se aseguraría de que se fueran. Lo haría con su vida. Estaba preparado para irse al otro lado.
Mentalmente, les recordó que confiaran en la Fuerza, pero que no descuidaran su propia formación. A su discípulo, el primero y de momento, mejor de ellos, le mandó una despedida. Lo cogió desprevenido y prefirió cerrarse a toda comunicación posterior. Necesitaba concentrarse.
Las botas torcieron el pasillo, varios metros por delante de él. También las tropas de asalto, que dieron un respingo al verlo. Siempre había sido corpulento, pero con el escudo de cuerpo entero, fabricado en duracero era impresionante. Y cuándo el sable siseó e inundó el pasillo con el destello verde característico, los soldados no pudieron hacer otra cosa que tragar saliva.
-¡¡Es hora de morir, hideputas!! -gritó, mientras se lanzaba hacia ellos, escudo por delante-. ¡¡Y no me voy a ir sólo!!

Impactaron en el escudo los disparos. No los notó. Lanzó un tajo hacia adelante, de arriba a anajo, sin demasiada elegancia. Partió al soldado desde el hombro hasta el muslo, dejando pasmados al resto, mientras se revolvía e interponía de nuevo su protección. Los soldados se repusieron de la situación inmediatamente, al escuchar la voz del comandante. Nadie debía salir con vida de aquellas instalaciones. Los niños, aún menos. Dispararon al unísono, con la esperanza de que el escudo cediera en algún momento.

El antiguo jedi, suponiendo la treta, asomó el sable para avanzar devolviendo disparos. Algo le escoció en la muñeca, pero no le importó. El escudo comenzaba a resquebrajarse, demasiado daño en tan poco tiempo, el material no podía disipar tanta energía. Se agachó, simulando estar herido. Apenas se dió cuenta de que estaba cerca del primer caído, tuvo una idea. Una diabólica idea.

El soldado más cercano se acercó, para rematarlo. Una ráfaga lo derribó de espaldas, ante la nueva sorpresa. El maestro había cogido la carabina de repetición imperial y la usaba cómo barrera de disparos, avanzando de nuevo. Se metió cómo un huracán, disparando y dando tajos con una fuerza endiablada. Pasaba ya casi el minuto. Pero lucharía todo lo posible. Agotó la energía contra el torso de un soldado, que aún aguantaba. Lo partió en dos de un violento revés, mientras mantenía a algunos apartados. Alguien le agarró de la muñeca derecha. Antes de que inclinara el sable en su dirección, incapaz de dar un golpe serio con él, sintió el agudo dolor de un vibrocuchillo en su costado.

El soldado lo había alcanzado. De un codazo, lo tiró hacia atrás y dejó caer el sable sobre el que le aprisionaba el brazo, partiéndolo cómo si fuera mantequilla. Se sacó el cuchillo y lo miró un momento, justo antes de incrustarlo en el visor del que se lo había clavado. Éste gritó horriblemente, pero no se movió más.

Había recuperado su brazo y movía el sable con ritmo, sin dejarles aparecer apenas por la esquina. Ya tenía media docena de disparos en el torso y a saber cuántas en el resto del cuerpo. No aguantaría mucho más, pero estaba bastante seguro de haber contado ya hasta ciento cincuenta. Al perder atención, lo derribaron, cómo si fuera un partido de rugby. Cayó de espaldas, perdió el sable y comenzó a revolverse. Aquello se acababa. Era el fin, después de todo. Y no se arrepentía de nada en absoluto.

-¡Lo tenemos! -chilló el soldado que lo había derribado sobre los cadáveres de los anteriores-. ¡Lo hemos...!
Sonreía. El jedi sonreía, descarado, dejando ver una cosa esférica, del tamaño de un pequeño fruto. Brillaba y daba un tono muy característico.
-¡¡Detonador!! -volvió a gritar, pero ésta vez descompuesto por el terror-. ¡Tiene un det...!

La explosión vaporizó a todos los que se encontraban en el búnker. Gran parte del búnker estalló con violencia, abriendo la tierra boscosa de Nacare, el planeta del tercer anillo del sistema Quaal. Ningún soldado de asalto que fuera a matar a los enemigos volvió con vida. Y en su último pensamiento en ésta realidad, antes de unirse a la Fuerza, el maestro se sintió complacido, pues sus
niños estaban a punto de saltar al hiperespacio, para ir a lugar seguro.

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