jueves, 5 de julio de 2012

Folgore XVI

A ver si puedo terminar el arco argumental que me ocupa ahora al pobre Folgore. A partir de ahora, toca combate, cómo imaginaréis, espero que todo quede bien y sea claro, porque vamos a ver a peña que vuela sacudirse zambombazos.





Las noticias daban un programa especial, muy preocupante. Zerstörer, el supervillano más poderoso de Europa y uno de los del mundo, la había emprendido con un barrio residencial de Frankfurt al atardecer.
–Parece gritar algo en alemán, pero no oímos bien lo que dice –la radio apenas se oía por encima del ruido de los rotores, que ahora funcionaban a máxima potencia–. Ya tenemos una traducción: “Folgore, te estoy esperando. Ven, o morirán” Oh, Díos mío.
–Seguiremos en contacto para traerles la última hora de éste suceso –el locutor trataba de aparentar tranquilidad, pero no podía estarlo. Tenía familia en Frankfurt–.

Klaus hacía rato que no escuchaba la música de la radio, empeñado en conseguir que los motores funcionaran a la máxima potencia sin que dieran problemas. Había pasado mucho rato con ello y ahora estaba decidido a intentar conectar la potencia de emergencia. Conectó y sintió al avión entero estremecerse, tratando de liberarse de las cuñas las abrazaderas que lo mantenían en el suelo. Sonrió, y bajó un poco la palanca de gases, mientras desconectaba la auxiliar. Aquello había ido bastante bien y no quería sobrecargar más al pobre avión. Apagó definitivamente y se quedó un par de minutos sentado, antes de levantarse para salir por la escotilla del bombardero. Se volvió a inclinar de nuevo al salir de debajo del fuselaje y se estiró en cuánto tenía zona para hacerlo. Se masajeó los riñones, mientras miraba un armatoste grande, que estaba cubierto por una lona. Justo encima, había una polea, para poder montarlo en el avión en caso necesario, aunque se necesitarían algunos operarios. Dejó de pensar en eso para buscar la radio. Había volado, al parecer, lejos del avión. Estaba ahora estampada contra la pared, con algunas piezas sueltas.


El millonario la recogió del suelo con aire de fastidio. No es que fuera cara, o fuera un regalo, pero quedarse sin música le incordiaba hasta lo más profundo. La carcasa se había desencajado, pero no era nada que no solucionara un poco de pegamento rápido no pudiera arreglar. Y un par de pilas nuevas, porque las que llevaba no aparecían. Rebuscó entre las herramientas y no encontró nada. Había decidido pasar la noche allí, dentro del Mitchell, pero no se la iba a pasar sin música. Recordó que había pilas nuevas en la avioneta que esperaba fuera. Se puso el abrigo y salió decidido al frío atardecer.


Kurtz estaba viendo las noticias, tranquilo, mientras cenaba. La destrucción en Frankfurt le preocupaba, pero no le inquietaba especialmente. Aquello era el modus operandi habitual de cualquier supervillano común. Llegaban a un sitio, la liaban parda y luego intentaban cobrar un rescate por el lugar. A la mayoría le caía encima algún grupo de respuesta rápido, especializados en metahumanos revoltosos, o algún metahumanos distinto, o grupo de ellos.

–Repetimos el mensaje traducido: “Folgore, te estoy esperando. Ven, o morirán” –el científico dejó el bol con arroz con carne en la mesa de centro, olvidando usar el mantel individual que usaba siempre–. También han sido identificados los rehenes; se trata de Kurtz Rot y su mujer Serilda Rot. Él es un banquero adinerado, así que sup…
Kurtz había desconectado la voz, justo antes de lanzarse al teléfono, para localizar a su jefe.

Más de dos horas llevaba ya allí. Cómo habían prometido, aquello estaba desierto, pero tampoco aparecía Folgore. Los rehenes, entrados en la cincuentena, estaban arrodillados, mirando al suelo, impotentes ante él. Sintió admiración por sus contratadotes. Desde luego, nadie excepto la policía había acudido y a esos los había eliminado con facilidad, como siempre, además de hacerlo soltando sus habituales perlas de ególatra recalcitrante.

De pronto, un rayo amarillo llegó a toda velocidad, sin hacer ningún ruido, excepto el que hizo al golpear al villano, que se estampó contra unas casas cercanas. En el oscuro atardecer apenas se podía ver la figura de Folgore, flotando dónde había estado su enemigo.
–¡Esto acaba ahora! – se giró hacia Kurtz y Serilda, para hablarles con aquella voz extraña y metálica del héroe. ¡Salgan de aquí, deprisa!

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