sábado, 14 de julio de 2012

La bella y la bestia

Aviso que es algo largo. Está basado ampliamente en el conocidísimo cuento de hadas, aunque evidentemente tomo muchísimo de la versión Disney, que francamente, me parece que es estupenda. En otros aspectos, Disney me ha dejado paso a mí, así que creo que no os desagradará.
Un saludo a todos!




–Si viene aquí, moriremos –dijo un asustado hombre. El pueblo sabía que en el viejo castillo algo pasaba, pero no creerían en la palabra del joven cazador–. Tenemos que matarlo antes de que use la noche a su favor.
–Ya me habéis oído buenos señores –era alto, fornido y bien parecido. Gastón vivía desde pequeño allí y nadie dudaba de él–. Debemos marchar ya mismo, no podemos concederle tregua. Que Bella se quede aquí, por su propia seguridad.
La hermosa muchacha protestó, pero quedó encerrada en su casa por el gentío, que la creía bajo el hechizo de la bestia.
–Gracias a Dios que Gastón te ha salvado Bella –dijo la anciana mientras la empujaba hasta la sala–. No podría haber soportado perderte.

El gentío estaba erizado en múltiples herramientas de labranza y hachas de leñador. Las antorchas iluminaban su camino, seguros de que Dios estaba con ellos y con nadie más. Gastón observó en la lejanía el siniestro castillo, sonriente. Aquél engendro moriría y él no tendría que mover un dedo, pues la turba enfurecida era más que suficiente.

–Recordad que tiene largos colmillos de acero – Los exhortó, animado–. Cuidado con sus garras y púas, pues os intentará arrancar la piel con ella. Pero el fuego purificador y nuestras propias manos guiadas por Dios, darán muerte al demonio.

SÍ, LO SON. Y NADIE, EXCEPTO UN CAZADOR AFORTUNADO, OS GUÍA.


–Es un monstruo cómo una montaña –continuó, con una desagradable sensación en la nuca que no conseguía aislar–. Y su castillo está embrujado, pero no temáis.


OH, SÍ, LO ESTÁ. TEMEDLO Y TEMEDME. TEMED AL MONSTRUO MONTAÑA.


–Muy próximo está ya su fin –seguía con la sensación, sólo que aumentada. Los hígados le temblaban y creyó saber que era miedo–. ¡Es tan cruel cómo el mismo Luzbel! ¡Entrad a por él y que no tenga cuartel!


SÍ, ES POSIBLE QUE LO ESTÉ. Y SOY TAN CRUEL COMO CUALQUIERA. Y ESO ES MUCHO. VENID POR MÍ, OS ESTOY ESPERANDO.


–¡Tiene mágicos poderes! –sí, era miedo lo que sentía. Pero lo juzgó irracional, ya que ni siquiera tenía porqué hacercarse. Con rodear el tumulto y penetrar en el castillo, con lo poco que había visto en la entrada, bien podría pagar a un pequeño ejército para tomarlo–. ¡Pero que no os asuste el misterio, pues yo estoy a vuestro lado! ¡Esa brutal bestia, debe morir!


OS ESTOY ESPERANDO. CON PÚAS, GARRAS, DIENTES, NEGRA MAGIA Y AL MISMO LUZBEL SI HACE FALTA. MORIRÉIS TODOS. ESPECIALMENTE, TÚ.


Gastón sintió el nuevo escalofrío con temor. Dejó que lo adelantaran. Al llegar a las puertas del castillo ya estaba a la cola de la turba. Las altas rejas que eran las puertas cedieron y entraron al primer patio, todo antorchas y hierros. Escucharon todos truenos que sonaban lejanos, pero a media tarde estaba completamente despejado y nada hacía temer tormenta. Tras la destrozada fuente, apareció una figura. Era oscura y muy grande. Estaba armada con un sable y un hacha, pero lo que más impresionaba era aquella armadura negra de metal y cuero, toda erizada en pinchos y cuchillas. Parecía más pensada para dañar que para proteger. Pero lo que aterrorizó de verdad a la muchedumbre, fue su rostro. Estaba oculto por un yelmo con cara de jabalí de chato morro y afiladísimos colmillos. En el lugar dónde debían estar los ojos, ardían dos ascuas que iluminaban con rojo resplandor el metal bajo el que se cubrían. Tal era su ira, pues había visto que dada una semana a Bella, aquél que enviaba a los pueblerinos contra él había urdido un plan para secuestrarla cuándo volvía. Se había preparado para ir a buscarla, pero al sentirlos venir, decidió esperarlos.

La turba se había detenido. Nadie osaba mover un dedo. La figura estaba quieta, con las armas apoyadas en ambos hombros, aguardando.

NO TENGO TODO EL DÍA.


La frase, pronunciada con una voz profunda y grave, que provenía de una garganta venida del mismo infierno hizo que un temeroso rumor recorriera el gentío. La lluvia comenzó a repiquetear en el suelo y en la armadura del ser. El castillo, tras él, era dos veces más grande y siniestro que antes. Las fuerzas del pueblo flaqueaban ante aquella demostración. El miedo los atenazaba en el lugar dónde estaban, incapaces de moverse siquiera para huir.


NO. TENGO. TODO. EL. DÍA. ¡VENID!


La última palabra estalló en las mentes de todos. Hasta en el pueblo, las mujeres y niños se aterraron. Incluso Bella, que conocía las muestras de ira de su amado, se sobresaltó.

La muchedumbre, con un punto de indecisión, avanzó. Lentamente, rodeó al guerrero negro, que no se había movido de delante de la fuente. Titubeó el gentío, respirando todos entrecortadamente, como pensándose todo aquello. Gastón notó la indecisión de la masa pueblerina.
–¡Ese es el que amenaza vuestra tranquilidad! –dijo, arropado por la distancia, sabiéndose seguro–. ¡Secuestra y mata a los vuestros!
Nuevos murmullos. Alguna palabra de apoyo airada. Alguna en contra, casi más airada.

ESTOY HARTO. YA VOY YO.


La figura avanzó varios metros en un parpadeo. Hendió el cuerpo de un paleto de un terrible tajo de sable y mientras la curva hoja aún cortaba carne y el hombre gritaba alarmado, moviéndose con una agilidad y velocidad sobrehumanas, giró para imprimir velocidad al golpe y hundió el hacha en el pecho de otro. Asombrados por la demostración, le fueron encima con un grito de furia. Se apiñaron, golpeando, pinchando y zarandeando. Muchos retiraron manos llenas de sangre, cuándo allí continuaban. Se revolvía cómo un ser del Averno, cortando a diestro y siniestro, sin necesitar siempre sus armas. Las cuchillas corporales hacían mucho trabajo y los pueblerinos lo sentían aterrados. Atravesó a uno y se alzó, rugiendo bestialmente al cielo. Vomitó fuego por los ojos e incendió a un desgraciado, que cayó retorciéndose aullando. La Bestia se abalanzó de nuevo, sajando y trinchando, golpeando con puño, pie o rodilla. Girando sin parar, seguro de que su defensa era el ataque, sumergiéndose en la masa, en la amarilla oscuridad, de oscilantes sombras que las antorchas favorecían. De vez en cuándo sentía un pellizco, una hoja allí, en blando. Pero no importaba.


¡NO SOIS NADA! ¡TEMÉIS A VUESTRA SOMBRA! ¡Y YO, SOY LA SOMBRA!


Volvió a arremeter, furioso cómo estaba. La muchedumbre era menos densa y peleaba menos, sin ganas. Buscaban la salida.


¡SOY AQUELLO QUE SIEMPRE TEMERÉIS! ¡A MÍ NO PODÉIS CONJURARME! ¡SÓLO PODÉIS TEMERME!


Las palabras resonaban en los recovecos de sus mentes, atormentándolos. De pronto, cómo milagro, alguien encontró la salida, que se había mostrado esquiva a todos. En tropel, atropellando a heridos y muertos, corrieron hacia ella y hacia el bosque. Los lobos darían cuenta de ellos, si no se daban prisa. A los que aún respiraban, los acuchilló allá dónde yacían, abandonados por sus amigos y familiares. A todos menos a uno. Era un cuarentón, en razonable estado de salud, al que sólo había cortado en la mejilla al propinarle un codazo. Bestia hizo un gesto con la mano y de la nada apareció un corcel negro, de ojos infernales.


CABALGARÁS HASTA TU GENTE Y LLEVARÁS EL MENSAJE. LIBERARÉIS A BELLA, O ME LLEVARÉ A UN NIÑO DIARIO. NADA NI NADIE PUEDE IMPEDÍRMELO. SI ELLA VUELVE, SERÉ CLEMENTE Y NO SABRÉIS NADA DE NOSOTROS, SI NO TRATÁIS DE REPETIR ESTO. HOY SÓLO HE DADO UNA LECCIÓN, NO QUERRÁIS QUE VAYA A LA GUERRA.


Cuándo el corcel se hubo perdido a la velocidad del viento, la figura negra se giró en redondo. Había visto cómo Gastón entraba a hurtadillas en el palacio, con claro ánimo de arramblar con cualquier cosa de valor. A esas alturas, el palacio ya habría escondido lo que hubiera de valor.


ESTÁS DENTRO. TE PUEDO SENTIR.


Gastón se frenó en seco. No había oído la voz, pero estaba muy seguro de haberlo hecho. Miró por una de las ventanas del segundo piso, dónde estaba. La figura estaba rodeada de muertos por doquier. No había pasado ni un minuto desde que entrara allí. Estaba seguro de que los pueblerinos habían flaqueado mucho antes. Los maldijo. Volvió a maldecirlos cuándo vio cómo Bestia se apresuraba a entrar, para iniciar la persecución.


TE SACARÉ A RASTRAS, LADRÓN.


Gastón sudaba a chorros. No sabía cómo, pero no encontraba las escaleras para bajar. Fuera parecía que fuera caía el cielo sobre la tierra. Relámpagos de varios colores destellaban en el cielo, seguidos de atronadores explosiones, que no sonaban en absoluto cómo los truenos normales. La lluvia era un aullido extraño que no paraba. Abrió una puerta.


NO HE DICHO QUE TÚ VAYAS A SALIR. DEBERÍAS ATENDER A LO QUE DICE TU ANFITRIÓN.


La puerta daba a una terraza muy superior, que discurría sobre algunos de los altos tejados del palacio. La lluvia era demencial, con todos aquellos relámpagos y ruidos. El viento silbaba malévolo y no invitaba a envolverse en él. Escuchó pasos apresurados tras él. Pasos pesados y metálicos. Pasos peligrosos. Salió a la lluvia y cerró tras él, tratando de atrancar la puerta con su espada tras lo cuál, corrió buscando alguna otra salida, alguna forma de escapar de allí. Los tejados negros parecían de escamas y cada gárgola se movía cómo si estuvieran vivas.


TE HAS DEJADO LA ESPADA.


Giró en redondo. Nadie. Volvió a su dirección y se cortó contra un pecho lleno de púas y cuchillas negras. Cayó de espaldas, gritando aterrado. Debía de medir medio metro más que en el patio de entrada. Era enorme, negro y con los ojos candentes. Bestia resopló, divertido.

CREO QUE TE LA HAS DEJADO DÓNDE YA NO PUEDES ALCANZARLA.

Señalaba a una zona inferior. La terraza de abajo, tenía una puerta y en esa puerta estaba la espada.


CREO, QUE ESTÁS ATRAPADO.


Dejó caer el hacha con cuidado. Se alejó unos metros, con el sable preparado.


CÓGELA. ATÁCAME.


No se atrevió a moverse.


NO TENGO TODO EL DÍA.


Con dificultad se irguió. Avanzó inseguro hasta el hacha y la recogió, cómo quien recoge un animal muerto.


AHORA. ATÁCAME.


Gastón lloraba. Tenía las piernas temblorosas y las cruzaba en una posición muy característica.


DEJA DE MEAR Y ATÁCAME.


Con terror, alzó levemente el hacha y la dirigió contra Bestia. De un sablazo lo desarmó.


RECÓGELA OTRA VEZ.


Repitió la operación de recogerla y acercase de nuevo. Bestia también lo desarmó.


BUENO. CREO QUE YA TENGO BASTANTE PLACER.


Señaló el arbotante más cercano con un dedo, despreocupado de que Gastón pudiera intentar nada.


¿LO VES BIEN? PUES ESE VA A SER EL LUGAR DESDE EL CUÁL TE COLGARÉ.


El joven comenzó a sollozar.


CON LO VALIENTE QUE ERAS, JOVEN GASTÓN. NO TE ARRUGUES HOMBRE, QUE NO VOY A HERVIRTE EN CERA O DESOLLARTE VIVO.


El llanto ya era desconsolado. Bestia suspiró levemente, mientras anudaba la soga que había salido de la nada. La echó alrededor del arco de piedra y la aseguró con un lazo.


VAMOS. ¡ENTEREZA! YA QUEDA POCO.


No dejó de llorar en ningún momento, incluso cuándo le pasó el nudo por el cuello, asegurándose de que no se partiría el cuello. Era fuerte, aquél cuello aguantaría.


YA QUE VAS PARA ALLÁ, DILE A LUCIFER QUE NO ME ESPERE DESPIERTO, QUE LLEGARÉ A MI RITMO. NO QUERRÁ QUE VAYA ANTES DE HORA. LA ÚLTIMA VEZ, NO LE GUSTÓ.


Bella llegó al galope. Ante ella, el majestuoso palacio se elevaba entre los jardines de la entrada. Tocó dos veces en el gran portón y se abrió sólo, como tantas veces. Dentro, envuelto en seda, esperaba Bestia, con el rostro oculto por aquella máscara.

Ella se acercó, tímida.
–¿Ya ha acabado? –preguntó, esperanzada–. He montado tan pronto ha llegado el señor Murat.
Bestia asintió, mientras descendía escalón a escalón, hasta alcanzarla. La abrazó lentamente y ella se dejó abrazar.
–Sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario