domingo, 12 de agosto de 2012

Duelo de Titanes (1).

Sí, lo sé. De nuevo algo corto. De nuevo, Star Wars. Qué queréis que os diga; con el tema del Emancipador estoy algo galáctico. Lo curioso es que esta vez sí es mi protagonista, mi "Gary Stu" particular (aunque joven, ya no es). Sí, por nombre lleva el de mi apodo. Es el que suelo usar, qué queréis que haga.
Estuve pensando en este posible enfrentamiento con "Papi" Vader mucho tiempo. Pensando en todo lo que llevo pensado para mi personaje, sabiendo fechas, lugares y situaciones, llegué a la conclusión de que sería muy difícil que pudieran coincidir de nuevo (sí, coincidieron antes, pero apenas hubo pelea). Pero escribo esto porque me apetece, ya veis. Espero que disfrutéis de esta primera parte.





Vader no lo había sentido venir. Sabía que algo pasaba, pero en ningún momento habría pensado que otro usuario de la Fuerza lo acechaba. Sobre todo considerando que solía cazarlos. El recién llegado era alto y corpulento. El pelo castaño, corto, sugería una vida dedicada a la soldadesca. Debía rondar la treintena e iba blindado con una armadura verde oscura que parecía bastante pesada. El lord oscuro supuso que sería una servoarmadura. En su costado había un bláster enorme, de revólver y en sus manos, llevaba una ametralladora láser, la reglamentaria para las escuadras de soldados imperiales, ya fueran del Ejército, de infantes de marina o soldados de asalto.
–¿Mercenario? No creo que debiera estar aquí. –dijo el Sith, tanteando al recién llegado–. Vuelva a su sección si tiene una.
–No –espetó sin educación–. Estoy exactamente donde quiero estar.
La sala no medía demasiado y aunque la iluminación no era buena, dejaba entrever una puerta tras Vader. Él lo sabía y si se había metido en una emboscada quería estar seguro de no dejar rutas de escape a aquél necio.
–Ya veo –retiró un poco la capa, dejando ver el sable de luz. Sentía curiosidad y deseaba atraparlo vivo–. En ese caso, dime por qué has llegado hasta mí. Jedi.
La última palabra la dijo con asco. El otro había dejado ya su ametralladora apoyada contra una de las paredes, con gran calma. Mientras Vader había retrocedido otro paso y trataba de recordar al incauto, aunque no llegaba a situarlo, aunque estaba bastante seguro que lo conocía.
–Eres un jedi, o al menos te han instruido como tal –comentó, sin transmitir emociones a través de su máscara–. Pero debías de ser un...
La frase se quedó flotando en el aire. Ya comenzaba a recordar.

–Veo que te has quedado sin palabras –dijo el mercenario, al que en ciertos círculos conocían cómo Reissig y que tanto en espacio Imperial como en zonas rebeldes era perseguido–. No sé si has reconocido mi armadura, o es que me has reconocido a mí. En todo caso, la casualidad de encontrarnos aquí, traerá la muerte de uno de los dos.
De su cintura, había sacado un casco de diseño claramente imperial, aunque era más estilizado. La pintura verde estaba arañada en algunos puntos y tenía reflejos rojos y rastros negros.
–Tú eres uno de los críos del...
–Muy bien, ya me estás recordando –la voz sonaba ahora metálica, debajo del casco que se había puesto–. Porque al verte, al sentirte tan cerca, yo te he reconocido de inmediato.
–Sí, eso me parecía –Vader empuñó su arma, sin encenderla todavía–. Nunca supe qué había ocurrido con vosotros. Al menos ahora, puedo enmendar parte de mi fracaso. ¿Quién eres, el padawan llorón que no supo reaccionar? ¿O tal vez el que trataba de esconderse entre los asientos?
Se hizo de nuevo el silencio. La burla del Sith no pasó desapercibida para Reissig. El cierre se cerró y la armadura terminó de presurizarse.
–Búrlate cuanto gustes –dijo, sacando un pequeño cilindro negro y agarrándolo con fuerza–. Pero yo no estaba muerto de miedo, como tú. Veo debajo de esa armadura y aunque has cambiado, no me es difícil verte otra vez. Avanzando, a pesar del terror que sentías por lo que estaba ocurriendo, no dudabas en asesinar a los jedi que te criaron. En tu error asesinarías a cualquiera que te reconociera. Soy aquél niño que interpuso su arma a la tuya, que escapó con unos cuantos aprendices y al que tu Imperio no ha podido asesinar. Aquél niño se llamaba Vílem y ahora se llama Reissig. Ven por mí, Traidor.

Los sables sisearon. Vader sonreía bajo la máscara, divertido ante aquél que osaba enfrentársele en lo que más dominaba. Reissig sopesó sus posibilidades, sujetando firmemente el sable anaranjado en una posición de guardia. No era mal esgrimista, pero mejoraba y mucho con un segundo arma y tenía bastante menos instrucción formal que el Sith. Esperaba poder terminar con todo de un sólo golpe, que con su potencia, podría bien abatir su bloqueo. Si resultaba qu no bloqueaba, sino que esquivaba... Moriría.
Se decidió antes de que Vader pensara en serio comenzar él el singular combate. Avanzó decidido, situando el sable a la altura de su hombro derecho y golpeando con un poderoso revés, de izquierda a derecha, muy, muy rápido. El oscuro tuvo el tiempo justo de interponer el sable y pudo parar con gran esfuerzo el golpe, que fue demoledor y que a cualquier persona habría matado.
–Eres... Maldito seas... –maldijo el mercenario, contrariado–. Eres un puto cyborg.
–Veo, que no soy el único –respondió el Sith, calmado al afianzar su bloqueo y mantener el contacto entre ambos sables láser–, ¿por eso tanta seguridad?
–Hurm. Reconozco que no me lo esperaba –dijo, retirándose hacia atrás–. Voy a necesitar algo más, cabeza cubo.
Se palpó el cinto, para comprobar que lo llevara todo. Había calculado que algo podría salir mal pero que aún tendría oportunidad, así que se había preparado un poco el terreno.
–Entrégate ahora, asesino –ofreció Vader, apretando el puño frente a él, con el sable activado aún–. Todavía te es posible acogerte a la compasión imperial.
–Ya la conozco, gracias. – agarró la ametralladora y se la afianzó bien a los enganches–. Prefiero arriesgarme a matarte y ya veremos luego.
–Estás en un superdestructor –espetó, seguro de sí mismo–. No sé cómo habrás pasado la seguridad, pero te aseguro que no escaparás. Y ten claro que no puedes matarme.
–El cómo he pasado, es cosa mía, cómo todo –comentó, volviendo a presentar el sable para el combate–, pero te aseguro, que escaparé. Y tengo claro que puedo matarte.
Volvió a atacar. Otra vez el mismo ataque. De nuevo Vader bloqueó, justo antes de que aquél frenara ligeramente. Aquello dejó desprevenido al oscuro, que le dió tiempo a bloquear el ataque con cierta dificultad. Quedaron un segundo, mirándose a través de las lentes de sus cascos, antes de que el mercenario, dando un pequeño grito, levantara el cuerpo del señor oscuro y lo lanzara contra la puerta, que se abrió de golpe.
Llegaron a una sala cavernosa, con las siluetas de un par de los motores a ambos lados, a algunos metros. Se encontraban en una de las pasarelas auxiliares de la sala de motores de babor. Los técnicos se giraron alarmados al ver la escena, pero el intenso ruido lo llenaba todo. El casco del mercenario gritó levemente al pasar por el umbral. Su comandante llamaba a las tropas embarcadas para el próximo desembarco. Los mercenarios iban primero, pero Reissig apagó la señal.
–Estoy únicamente para tí. Hijoputa.

1 comentario:

  1. En mi imaginación ha resonado con fuerza la voz de Constantino Romero cuando leía las frases de Vader.
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