domingo, 19 de mayo de 2013

El Vacío y el Héroe.

En aquél vasto desierto, en la frontera del tiempo y del espacio, se encontraba el Vacío, el agujero de la realidad desde donde el Oscuro realizaba sus maquinaciones. Allá, en la Irrealidad, tramaba en contra de los mortales y sus vidas, conspirando para traer su oscuridad sobre todos ellos. Y allí, en la linde de la nada, el Héroe aguardaba.

–Nada encontrarás al otro lado. Sólo su personalidad perversa –dijo aquella voz de su cabeza, la que le guiara desde el inicio de todo aquél viaje. Recordó los verdes parajes, las siniestras simas, los inolvidables compañeros y los mortales enemigos–. De nada servirá tu físico. Ni tu espada. La voluntad saldrá victoriosa y eso es lo que has de buscar cuando atravieses la barrera.

–¿Cómo volveré? –preguntó, más parte del propio trámite de aquella última aventura que de una real esperanza, que desapareció completamente ante el silencio–. Ya veo. Si acabo con él; ¿volverá?

–Siempre lo hará.

–¿De qué sirve entonces mi sacrificio? –preguntó, sintiendo flaquear su empeño–. ¿Para qué murieron tantos otros?

–Vendrá en otra forma, con otro rostro, pero volverá. Y de la misma manera, tú, con otro rostro, volverás a enfrentarlo.

–¿Seremos otros o nosotros mismos?

–Tanto lo uno cómo lo otro.

–No hay entonces otra manera.

–No. Debes enfrentarte a él en su elemento.

–¿Cómo podré vencerle en su terreno? ¿Y si mi voluntad no es suficiente?

–Hijo, mira donde estás.

A su alrededor, la arena gris era todo cuanto se podía ver. No había sol en el cielo ni luna alguna que iluminara aquellas fantasmagóricas dunas, sino una luz que parecía emanar de cualquier punto en el espacio y que no deslumbraba, pero que tampoco llegaba a iluminar eficazmente el desierto. Y allí, frente a él, el agujero permanecía atento. No se podía decir que tuviera forma física, pero lo parecía. La realidad se retorcía cómo un gigantesco remolino que acababa por consumirla. No hacía ninguna clase de ruido y aquello lo hacía más ominoso, sino que al contrario era incluso más aterrador. La destrucción absoluta se supone que ha de ser ruidosa y tremenda, no tan... silenciosa.

–Has llegado hasta aquí. Tan sólo queda el último empujón. No te garantizo la victoria, pero te garantizo que no se repondrá tan fácilmente aunque la derrota encuentres. Y eso le valdrá al mundo de mucho, mucho tiempo más.

Cogió la espada y la sopesó. No era mágica, era simplemente un arma excelente, fabricada por un estupendo espadero, que se la dejó a muy buen precio y que nunca cambió, pese a encontrar armas que vibraban con el pulsar mágico. Aquella espada no le había fallado, ni le fallaría jamás. Apuntó con ella el centro del horrible remolino.

–Muy bien, es hora de ponerse en marcha –dijo por fin, ajustándose el correaje y comprobando que lo llevaba todo encima–. ¿Qué ocurrirá contigo?

–No te preocupes por eso. Ambos pasaremos al otro lado. Trataré de combatir también, pero apenas tengo ya fuerzas.

–Así que somos dos los que nos sacrificamos...

–Sí, algo así. Aunque no exactamente así.

–Nunca te entiendo.

–Oh, no te preocupes. Ya lo entenderás. Con tiempo.

Comenzó a correr hacia el remolino. Había decidido que puestos a morir en una batalla de voluntades, al menos llegaría lo antes posible.

–¡Pensaba que no iba a haber más tiempo! –gritó, acercándose a la carrera, desenvainada la espada– ¡Pensaba que era el final!

–Eso es lo que pensamos todos siempre. ¡Y luego nos vemos agradablemente sorprendidos!

Con un salto, se sumergió en el ahora pequeño remolino. Al acercarse se había ido encogiendo con rapidez, cómo si adivinara las intenciones del Héroe y las temiera. Éste, no pudo responder ya a la voz de su cabeza, pues la descomposición corporal había sido inmediata. Quedó el pensamiento puro e hizo lo que mejor sabía hacer.

Golpear.

El remolino tembló con violencia. Apenas un segundo después de que sin más ceremonia el Héroe saltara en él, el Vacío gritó profundamente, con una terrible voz, que rasgó el tejido de la realidad en todos los mundos e hizo que cientos de torres se tambalearan. Aquí y allá los hechizos fallaban y chisporroteaban, el cielo brillaba con extraños fulgores, cómo si se retorciera y tratara de escapar de sí mismo mientras que las montañas aullaban cómo si fueran animales. Apenas quince segundos después, todo volvió a la tranquila normalidad, pero aquella sería una noche que nadie olvidaría jamás en su vida.




Un relatito corto, que hoy apetecía. Espero que os guste muchachada.

2 comentarios:

  1. Muy correcto, caballero. Y pictórico, debo decir, con todo eso de la arena y tal.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias nano, la verdad es que no estaba muy seguro de si quedaba bien. Hecho rápido, por las ganas.
      Aunque tuve que reescribir parte de la primera parte por que me recordaba a cierto Plano Cenicero.

      Eliminar