domingo, 30 de junio de 2013

Partida de guerra


–Dicen que es un cruel esclavista –comentó asustado uno de los aldeanos–, que a los que no se lleva los pasa por el cuchillo.
–Las mujeres no están a salvo de su tropa –replicó otro, con los ojos desencajados, pensando en sus cuatro hijas–; sino que no les molesta no poder venderlas doncellas y prefieren beneficiárselas antes de llegar a puerto.
–¡Dejad de cuchichear burradas, maldita sea! –gritó el más anciano del lugar, que hacía las veces de improvisado líder de la aldea–. Ya sabéis que siempre se tiende a exagerar, para asustar a gentes cómo vosotros.
–Pero Ilmis, esta vez es verdad. Mi prima huyó de Assuadi después de que ellos la saquearan, quemaran las cosechas y exterminaran a cualquiera que no sirviera para venta –el primero se frotaba las manos, recordando el espanto que traía su prima en los ojos después de escapar de aquello y de los terrores nocturnos–. Y cuando se creyó a salvo en el castillo de Weyyah, se dio cuenta de por qué  había tanto centinela enemigo apostado en la ruta de Shariz que era el resguardo más lógico y por ello tuvieron que ir a Weyyah. Los malditos Rhodoks asaltaron Weyyah. ¿A que no sabéis quién encabezó el asalto?
–El mismo hombre que es ahora nuestro señor y que esclaviza a cualquiera que encuentra en su alcance –susurró el anciano, tratando de que el resto no alzara la voz–. Sí, muy bien, es un hombre cruel. ¿Habéis olvidado al emir Firentis? Era un hombre que decía ser todo un caballero; virtuoso, veraz en el trato y de buen comportamiento con los débiles. Y resultó ser un putero, mentiroso y prepotente. Por eso el sultán Hakim lo mandó decapitar, aunque no lograron echarle mano. Al menos éste no se oculta.

Alguien gritó el nombre del anciano desde los límites externos del pueblo. El tono, cargado de terror era una terrible advertencia. No era la primera vez que escuchaba aquél grito. Lejos, en las dunas, bajo el implacable sol de los límites del desierto sarraní se veían docenas de lanzas de caballería asomando. El estandarte representaba un águila bicéfala negra sobre un fondo amarillo, emblema del que todos había escuchado hablar. Reissig, el esclavista había llegado a su recién adquirido feudo.
Un jinete, vestido con la compleja armadura de los grandes señores vaegires del Este, se acercó con un suave trotecillo, casco colgando a su diestra, con armas e impedimentas sobre la enorme montura de batalla, que además traía barda de excelente malla y bandas de acero. La cabeza, tocada con un turbante mal anudado, la ladeaba y observaba con ojo crítico todo lo que en su trotar pudo ver después de dar un ligero rodeo. Llegóse a Ilmis después de que tres de sus soldados cabalgaran junto a él; conversando sobre lo visto, pero el anciano no sabía muy bien qué hacer, si implorar ya su compasión o prepararse para huir.
–Buen día. Me gustaría hablar con aquél que se llame líder aquí –su voz era sorprendentemente suave, aunque con un acento que ni era Rhodok o Sarrani, sino que pertenecía a una tierra que ninguno de por allí conocía–. Si lo hay, claro.
–Con él habláis, gentil señor –el anciano inició una reverencia, más se frenó al ver que el líder guerrero hacía un gesto con la mano para que no la completara–.  Las buenas y trabajadoras gentes de Hawaha me eligieron cómo voz.
–En ese caso, me gustaría saber por qué están los campos descuidados, los palmerales vacíos y la acequia es un lodazal.
El tono no era amenazante. Realmente era alguien preguntando unas razones y esperaba una respuesta, que en la cabeza de Ilmis no era capaz de visualizar de puro terror. La amenazante presencia de aquellas lanzas en las dunas, el aspecto patibulario de dos de los acompañantes y las armas del noble eran suficientes para lograr que por primera vez en mucho tiempo, el acostumbrado anciano se trabara.
–Mi señor, hemos sufrido dos plagas y cuatro saqueos este año, sin contar secuestros y levas –repuso tras recomponerse después de tragar saliva ruidosamente– no hacemos otra cosa que intentar sobrevivir, pues apenas llegamos a ello.
–Ya veo. ¿Qué necesitáis para volver a los campos y comenzar a producir? –de nuevo, la pregunta directa–. Soy el nuevo señor de estas tierras y aunque el rey no ha juzgado conveniente hacerme disponer del castillo Weyyah que es el más cercano, sigo teniendo una responsabilidad.
–Muy bien mi señor, le felicito –comentó en un acto reflejo–. Pues cómo justamente imaginará, necesitamos desatascar la acequia para regar los campos. Pero para ello necesitamos brazos que no tenemos, especialmente porque muchos están tan débiles que apenas pueden levantarse. Además, aún así nos es imposible moler el grano, ya que hace cuatro cosechas destruyeron el molino y desde entonces lo hacemos con dos grandes piedras, pero no es muy buena forma.
–Bunduk, que traigan el grupo de prisioneros y los pongan a limpiar la acequia. Recuérdale a los prisioneros lo que ocurre con los contestatarios. Y dile a Marnid que traiga seis grupos de cinco animales –se giró hacia el anciano, que asistía incrédulo–. A partir de ahora espero que no les moleste dedicarse a la ganadería. Dejaremos a algunos soldados que saben cómo tratar y alimentar a las bestias para que aprendan. Yo no sé mucho, pero los he visto tratar con ellas en peores sitios.
–Es muy generoso mi señor, nosotros...
–Un momento, por favor –dijo, mostrando la palma de la mano, plagada de pequeñas cicatrices–. Matheld, habla con Katrin y mirad a ver qué podéis hacer por los enfermos. Nízar, trae a Artimenner y a ver qué se puede hacer con el molino. Y que Lurchs haga el favor de traer el carro de grano, a ver qué se puede quedar aquí. Ah. Por cierto. Soy el señor de estas tierras. Pena de vida al que se propase con cualquiera, ¿está claro?
Todos asintieron mudos ante  la afirmación con la experiencia de quien ya ha vivido afirmaciones similares y han podido comprobar que no son bravatas de un joven. Recordaban a un tal Rolf, que intentó llevarse a un pajar a una joven de un pueblecito en el interior de Rhodok, reino al que servían. También recordaban cómo obligó a la compañía entera a ver cómo los dos mastines del líder le daban caza y lo despedazaban vivo ante sus ojos.

 


Bueno, no es exactamente lo que quería publicar, pero allá va un relatillo cortico que forma parte de una serie de relatos similares, con saltos en el tiempo. En este caso, son dos partes. La siguiente en algunos días.
Está descaradamente basado en el videojuego Mount & Blade: Warband, "expansión" que realmente consta de el juego original, con mejoras a la jugabilidad y muchísimo más contenido. Es una suerte de simulador medieval, salvando algunas distancias. Tiene algunos fallitos pero es muy entretenido comprar un lucero del alba y abrir cabezas cómo melones maduros.