sábado, 19 de octubre de 2013

¡No pares! ¡No mires atras! ¡Sigue corriendo! 3 (II)

Continuación de lo de ayer:


Los repulsores hacían su trabajo. Eran del tipo que había usado en asaltos a superficie, equipado de armadura presurizada y blindaje para la entrada atmosférica. Pero aquella armadura se movía muy fácilmente en comparación. Llegó a la altura de la plataforma y al alcanzar la mitad se golpeó contra un muro que no había visto. Al caer sintió pánico por si era al vacío, pero en seguida se tranquilizó al impactar contra el suelo. Tanteó con calma antes de levantarse, no fuera a estar en el borde y se incorporó. Todo aquello era sumamente raro. Recordaba los túneles que servían de ciudad para aquella civilización a la que estaban ayudando a derrocar a su tirano particular. Recordaba los depredadores favoritos de dicho tirano, pero no recordaba haberse puesto la armadura o que todo se quedara tan oscuro.
Algo brilló en el pequeño puente. Alguien se acercaba con prisas, a juzgar por las voces. Se materializaron poco a poco ante sus ojos. Se alarmó al ver allí a Ilvael y a Nomaie, acompañados de bastante gente a la que no conocía.
–¡Vamos! ¡Todos atrás! –el antiguo contrabandista los alentaba a continuar, mientras volvía y disparaba contra la oscuridad–. ¡Nomaie! ¡No dejes que te alcance!
Pero lo que hizo que su corazón diera un vuelco completo no fue la visión de sus amigos. Sino la de aquella mujer de corto cabello negro y mirada avispada, que ahora estaba aterrorizada. Recordaba su figura, su calor y su sabor. La recordaba por completo muerta. Pero allí estaba, al otro lado de un muro que no podía atravesar, con aspecto de haber pasado los últimos años encerrada en una nave a la deriva en el espacio. Era aparentemente incapaz de verle desde ese lado, pues lanzó ojeadas, cómo buscando puertas pero no reparó en la figura blindada que apoyaba la mano contra la suya. A su lado, corría un hombre que alargaba el brazo hacia ella y cargaba con un niño, de seis o siete años, que no podía correr tan rápido cómo los adultos.
–¿Biranai? –el mercenario no podía creérselo. Después de perderla en el vacío espacial, embarazada de su hijo, después de buscarla durante año y medio de contínua búsqueda hiperespacial, allí estaba ella, al otro lado de aquella maldita pared–. ¡Biranai! ¡Cariño!
Golpeó el invisible muro con fuerza. Se sacó con violencia el casco, sin dejar que terminara de despresurizarse con seguridad. Lo usó cómo ariete inútilmente. Al otro lado, su amada se inclinó hacia el niño con dulzura.
–Tranquilo Eric, cariño mío –las frases tranquilizadoras contrastaban con el ambiente en general–. No pasa nada.
El soldado de fortuna quedó paralizado. Sabía que al desaparecer junto con el transporte y todo el pasaje, ella estaba embarazada. De aquello hacía ya… seis, o siete años. Seis o siete años. El niño se parecía a su madre, pero las maneras, los ojos y el cabello castaño eran de su padre. El mismo padre que ahora golpeaba con furia aquella barrera que los separaba.
–¡Biranai! ¡Eric! –el casco cedió al esfuerzo después de varias repeticiones–. ¡Por favor!
El puño derecho ya no dolía y descargaba una y otra vez toda la fuerza de Vilem. La servoarmadura gritaba por el esfuerzo. Buscó algún indicio que le permitiera usar los repulsores para superar la barrera y aquello le dio tiempo para ver al enemigo del que huían. Acababa de matar a Ilvael con un certero golpe y ahora usaba su fusil, rociando a todos aquellos que lo acompañaban. El mercenario gritó có un loco y embistió brutalmente el muro, que se resquebrajó, pero mantuvo su consistencia a pesar de ello. A pesar del frenesí por salvarlos, no pudo evitar ver cómo dejaba a su mujer y a su hijo para el final. Y ver cómo se tomaba su tiempo con ellos.
Seguía golpeando contra la ensangrentada pared. Más de un impacto parecía haber hecho mella, pero no era capaz de pensar demasiado. De la necesidad de protegerlos había pasado a la ira animal y a un deseo de venganza absoluta. Quería torturarlo largamente y matarlo. Quería que sufriera. Quería poder tener un rato con él. Pero estaba aquél maldito muro.
–¡¡Te mataré!! ¿¡Me oyes!? –lloraba de rabia e impotencia, alternando las embestidas con poderosas patadas–. ¡¡Te encontraré!! ¡¡Estás muerto, hijo de la gran puta!!
Al otro lado, la figura se incorporó sobre los cadáveres destrozados. Su servoarmadura era negra y verde mate. Miró directamente al mercenario a la cara y casi pareció que se le podía ver sonreír al otro lado del casco.
–Vaya, vaya –la voz, sonaba fría y cruel, pero extrañamente familiar–. Me alegra que lo hayas visto.
No tenía palabras. Sólo gritó de nuevo y volvió a arremeter con furia. Le dolían todos los huesos del cuerpo y le daba igual, quería alcanzarlo y matarlo.
–No te molestes, Vilem, no podrás –se encogió de hombros, al ver que su sugerencia caía en saco roto–. Verás, no compartimos tiempo ni espacio. Todavía.
Esta frase consiguió penetrar la coraza de furia y llegar hasta el centro de razón y lógica que se hallaba atrapado debajo. La ofensiva se contuvo.
–Verás, Vilem –pausaba las frases y eso lo irritaba, pero comenzaba a ver un patrón en todo aquello, un patrón que ya había visto antes. Necesitaba escuchar–, todavía no existo. O sea, en un momento dado existí y dentro de un tiempo, existiré. Pero todavía no. Aún así, quería enviarte un mensaje. Es importante que lo escuches.
El silencio por respuesta. El asesino continuó, ajeno a la mirada de su audiencia.
–Lo que acabas de ver, no ha ocurrido. Todavía, cómo habrás imaginado –se relamió al ver que apretaba los puños y la mandíbula hasta palidecer–. Esto no es una pesadilla, es una premonición y te hago la advertencia porque no quiero que dejes de pensar ni un día en lo que acabas de ver. Los mataré, a todos ellos. Y cómo ahora, asistirás imponente a su asesinato.
–No lo creo –zanjó el mercenario, haciendo un gesto despectivo con la cabeza–. Te has metido en mi cabeza. Te encontraré y te haré pagar por lo que me has hecho ver.
–Cómo ya te he dicho, no existo. Y para cuando lo haga, será muy tarde para tí, me temo –el tono era burlesco–. A no ser, claro, que puedas de verdad matarme.
Se sacó el casco con delicadeza, siseando los sistemas de despresurizado. El mercenario dejó escapar un murmullo horrorizado. La cara que le devolvía la mirada, era la suya.



¡Chan! ¡Revelación! No os podéis ni imaginar lo muchísimo que estuve considerando los pros y los contras de lo que acabáis de leer. Es un recurso manido, pero consideré el malvado que tenía entre manos y... bueno, le cuadra perfectamente hacer estas cosas. Es un spoiler cómo una catedral y me falta el tiempo para llegar hasta esa parte, que será una de las más jodidas para el personaje y su entorno. Andarán también los protagonistas del Emancipador en el embrollo, arrastrados por Ilvael.

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