viernes, 28 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (5)

Continuamos con el fanfic, aunque cambio la hora de media noche a más o menos medio día. El próximo, en cuatro días, que esta parte es más corta, pero más intensa.


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Filii Belli.

Segunda parte:

Malabestia estaba ante los dos yagui, que la miraban sorprendidos. Su compañero había caído brutalmente despedazado por las salvas del rifle termal y ante la visión de la muerte, la semiyagui había sido incapaz de contenerse y había bajado corriendo para encontrarse con ellos. Tenía todo el vello erizado, incapaz de contener la ira. Le costaba mucho trabajo no lanzarse contra los dos, pero la parte racional que aún funcionaba le gritaba desesperada de la locura que quería acometer su lado bestial.
–Mira lo que tenemoss aquí –dijo uno de los dos, sonriendo, a pesar del guiñapo sanguinolento de su izquierda–. Una basstarda.
–Oooh, ¡y hasta ess bonita! –chanceó el otro, relamiéndose con descaro–. Podríamos llevarla dentro.
–¡A mí ya me pessan los huevos de no descargarlos! –siguió el primero, agarrándose la entrepierna obscenamente–. ¡Ven nena, que ve voy a hacer disfrutar!
Las palabras habían tenido efecto en Mala. Estaba recordando una época que no le gustaba demasiado. Una época en la que se burlaban de ella, en la que buscaba algún consuelo en aquella figura silenciosa y triste que se mecía ante el enorme ventanal. La época en la que su propia familia la despreciaba y que tan sólo su madre trataba con ternura. La misma que había sido secuestrada añolaikas atrás y que tras muchos periplos y abortos forzados, había conseguido escapar con aquella enorme criatura en su vientre.
Poco a poco, Mala fue acallando sus quejas, hasta que sólo quedó la Bestia. Y ésta, sintiéndose liberada y sin restricción, rugió de siniestra satisfacción, tan alto que McQuarry y Púlsar la escucharon aterrados a pesar de la distancia.

Los yagui habían notado cómo se le afilaba la cara. Cómo su pose perdía altura para mejorar la estabilidad. Cómo sus pupilas se cerraban y ardían muy familiarmente. Antes de que hubieran podido alzar sus armas para derribarla ya había llegado hasta uno de ellos. Agarró su arma y la apuntó contra su cabeza, impidiéndole el disparo. La soltó, esperando derrotarla cuerpo a cuerpo, pero ella ya había lanzado varios zarpazos. Arrancó la armadura pectoral casi sin esfuerzo y antes de que pudiera reponerse, le hundió las garras en el vientre y el cuello. El yagui rugió de dolor y estupor al sentir sus tripas revueltas con violencia. Malabestia se sumó al bramido con sus propios pulmones, para después arrancarle los intestinos con un brutal tirón, desparramando sangre y vísceras por doquier. Mientras aún perdía la vida, lo levantó rugiendo todavía y lo estrelló de cabeza contra el suelo, rompiéndole el cráneo y el cuello. El otro no se lo creía. Nunca se había encontrado una opositora tan formidable, excepto en algún combate dentro de su misma sociedad. Pero aquello eran niñerías. No es que alguno no muriera de vez en cuando, sino que ninguno moría de una forma tan brutal. Retrocedió dos pasos, llamando a sus refuerzos. Disparó cuando Mala dio dos pasos hacia él y no soltó el gatillo mientras se acercaba. La mala puntería del pirata era patente y el retroceso y el miedo hicieron el resto, aunque algunos disparos acertaron. Aún herida por los disparos, destrozó el gran fusil de un zarpazo, mientras que con la otra zarpa atacaba el hombro derecho de su contrincante, que aulló de dolor. Le propinó un rodillazo en la entrepierna que le hizo saltar lágrimas, para levantarle la barbilla y sin pensárselo en absoluto, hundir sus colmillos en el cuello del yagui, que al tratar de gritar aterrado sólo pudo emitir un gorgoteo. Al escuchar cómo se acercaban más desde el interior de la destrozada nave, Malabestia arrancó la tráquea retirando la cabeza de su enemigo caído de un tirón y gruñó. Cómo aún parecía vivo, alzó un puño y de un certero golpe le reventó el cráneo, justo antes de lanzarse contra los recién llegados con una furia desconocida.

–¡Vamos Púlsar! –McQuarry corría cómo un diablo, mientras el ardillamativo le seguía nervioso, teniendo que dar muchos más pasos que él–. ¡Tenemos que apoyarla.
–Sí sí –replicó el ardillamativo, siguiendo el ritmo–. Ya podría habernos esperado un poco...
Llegaron hasta las inmediaciones de la nave y al ver la situación dudaron. Malabestia acababa de reventar el cráneo de uno de los piratas de un puñetazo y al ver aparecer a nuevos enemigos, se había lanzado contra ellos. Ni el sargento ni Púlsar podían competir con ninguno de ellos cuerpo a cuerpo sin ayuda. McQuarry divisó algo en una de las rocas de su derecha. Era la ametralladora de Malabestia, que había abandonado para enfrentarse cara a cara con ellos.
–Púlsar, sube ahí y abre fuego a mi señal.
Mientras su subordinado corría nervioso hasta la posición, él se colocó a la izquierda, desplegando el rifle termal y colocándose para tener un tiro cómodo. Malabestia ya combatía cuerpo a cuerpo con una fiereza que no se la conocía nadie, aunque nadie la conocía demasiado. Ellos eran cuatro y ni siquiera ella podría con todos, tal y cómo pensó el sargento, así que tras indicarle con un gesto a Púlsar que disparara después de que lo hiciera él, abrió fuego contra el más alejado de ella, tratando de no dañarla. Después de varios disparos, que lo desmembraron, la ametralladora tronó, provocando extraños ecos. Los yaguis, al sentirse flanqueados dudaron y Malabestia hundió sus garras sobre el más cercano y lo abrió de un violento movimiento hasta la cintura. Cayó con las blancas costillas asomando por la herida, que era un roto plagado de sangre, músculos y nervios destrozados, mientras ella se abalanzaba sobre el otro y comenzaba a desgarrarlo furiosamente. El tercero se había lanzado hacia la roca donde estaba Púlsar y trepaba con furia. Al sentirlo llegar, el ardillamativo plegó el bípode y trató de hacerse hacia atrás, más ya era demasiado tarde. Lo tenía delante, con las garras libres y rugiente expresión en su rostro. Se preparaba para destripar a aquél molesto insecto mientras McQuarry se maldecía por no tener un tiro claro hasta él.

domingo, 23 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (4)

Volvemos con el final de la primera parte del fanfic de Pollito Wars, algo más tarde de lo que esperaba merced de un olvido, una tarjeta gráfica quemada y un dolor de tarro.
La siguiente entrega para el viernes que viene.
Pollito Wars
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En la fragata, los infantes de marina combatían cuerpo a cuerpo contra los yaguis, demostrando su buena instrucción, pero la mayoría de ellos eran de la misma quinta que su capitán y ya comenzaban a notarlo. Thomas estaba apoyado en una de las paredes, mientras le apretaban con fuerza la venda al costado y gruñía por el dolor que sentía–¡No les deis ni un sólo paso! –gritó, para darse fuerzas y darlas a sus subordinados–. ¡No tienen nada que hacer!
Volvió al combate, ignorando las peticiones de su inmediato. No podía dejar a sus muchachos con aquel fregado, pues a algunos los conocía desde el principio. Y todos le habían apoyado, siempre.
–¡No tenéiss esperanza malditos! –gritó uno de los piratas, tras su máscara de acero–. Rendíos ahora y sserá menos lento.
Aubrey le disparó en la cara con su enorme pistola, compensando el retroceso del arma con un extraño movimiento de brazo. Otro le llegó al cuerpo a cuerpo y antes de que su resplandeciente machete diera cuenta de él, una infante enfundada en la servoarmadura lo estampó contra la pared del pasillo, gritando para envalentonarse, muy al uso de todos ellos. Y no permitió que se levantara, pues a patadas de aquél monstruo de combate le hundió la placa pectoral hasta que rezumó sangre.
–¡No se exponga capitán! –dijo ella, enfadada, pues siempre tenían que recordarle lo mismo–.
–¡Vista al frente soldado!
Un enorme yagui, tal vez el más grande que habían visto nunca y que estaba muy inclinado en su armadura para poder meterse en los estrechos pasillos de un navío de guerra apareció frente a ellos.
–Sssí, más esclavos, más comida, ¡más mujeres! –exclamó, regodeándose en su supuesto éxito–. Capitán, ríndete, o será mucho peor.
Thomas lo miró con fastidio. La infante de marina se interponía dispuesta a destripar lo que fuera que se le pusiera por delante, pero con sus armas muertas no podría hacerlo a distancia. Sin embargo, no hizo falta. Aubrey apuntó con cuidado y con aquél gesto para recargar cada disparo, le soltó a bocajarro seis descargas seguidas, desviando el arma en una suave curva hacia su derecha, antes de usar el pulgar para girar el sistema automático de revólver, roto durante el combate. El yagui, cayó muerto, estampando su frontal contra la cubierta.
–Nadie ha tomado mi nave –dijo en alto para que lo oyeran todos, mientras se ciscaba en el brazo de la pistola–. ¡Y no serán unos apestosos piratas los primeros!
A su alrededor se sucedieron los vivas y los hurras, atronando en el estrecho pasillo. Ya no venía ninguno y avanzaron cautelosos hasta la plancha de abordaje del navío pirata. Al otro lado de la oscura caverna, varios pares de ascuas los observaban airados. Aquellos ancianos se les estaban resistiendo más de lo esperado y la fragata repartía fuego por ambas bordas, llegando a poner sus armas al rojo con tal de seguir disparando. Aquello no pintaba tan bien cómo al principio para los yaguis.
–Han dicho esclavos –comentó uno de los infantes de marina, posicionándose delante de la entrada–. Más esclavos.
Cómo si lo hubieran ensayado, leves lamentos y quejidos consiguieron atravesar la apestosa atmósfera, sorteando la ruidosa respiración de aquellos demonios de tres metros. Todos se crisparon de pronto, atacados por la enorme responsabilidad de lo que acababan de imaginar.
–Yo voy –dijo la infante que lo había protegido–. ¿Quién me sigue?
–¿Quién? –comentó el capitán, sonriendo–. Comandante Kahina, creo que está bastante claro.
A su alrededor decenas de armas se acerrojaban, los sistemas se comprobaban y el mismo Thomas recargaba la pistola y se aseguraba de que el machete siguiera funcionando correctamente.
–Vamos a hacer filetes de hijos de puta.
Y cómo uno solo, avanzaron hacia la oscuridad, aullando y gruñendo, sabiéndose adalides de la Muerte.

lunes, 17 de febrero de 2014

Jugonas Sendas: Las comunidades de juegos.

Hoy no vengo a hablar de ningún juego en especial, que no voy a tener mucho tiempo para hacer una revisión en condiciones. Quiero comentar algo que me viene preocupando desde que era un mocoso que jugaba en el cyber de al lado del instituto (mi segunda casa).

(Este artículo nace directamente de mi experiencia y la de mis cercanos, si queréis aportar puntos de vista o experiencias distintos, sois libres de hacerlo).

Nunca me ha gustado jugar con desconocidos online, por temor a encontrarme a sendos imbéciles con los que jugar fuera un trámite desagradable (juego para divertirme, no para padecer). Una vez tuve ordenador y una línea de internet estable, seguí jugando con amigos y con mi hermano, por diversión y sin ganas de hacer otra cosa que no sea jugar (porque en un juego, se puede hacer algo además de jugar y es casi trabajar pagando, cosa que me encanta). Podréis decirme que soy un rato asocial, pero eh, me lo pasaba bien y las escasas intentonas de abrirme al resto de la red resultaban infructuosas.
Más o menos, hasta que me metí en el Galaxies. Yo recordaba el juego de sus inicios y en cuanto pude costearme la cuota, me metí a jugar, sencillamente porque era el "simulador" más moderno de Star Wars (tenía naves, era suficiente para mí). Me encontré con una comunidad en la que había de todo, auténticos imbéciles y soberanos gilipollas, pero también grandes personas con las que más o menos sigo teniendo contacto, lo cuál en mí, es mucho decir. La amabilidad de trato que me dieron consiguieron que me convenciera de que el juego online, con otra gente fuera de mi círculo habitual no era tan malo. Me refiero, cómo no, a la estupenda comunidad de Nueva Hispania, que ahora anda algo más dispersa a causa del cerrojazo del Star Wars Galaxies. La Senda del Aventurerono existiría, en parte, si no hubiera medrado por sus foros. Allí comencé a escribir mi primera historia larga, por entregas, que continúa y que me dio alas para escribir otras.
Después de que cerraran el juego y yo quedarme en paro, decidí probar los distintos juegos online gratuitos. Fueron varios y siempre me fui con mal sabor de boca por los distintos sistemas de juego y por que mi breve paso por las distintas comunidades solía estar rodeado de insultos, prepotencia y mala leche. La gente tiene poco fuelle en estos juegos y cada vez parece peor.

Hay gente que me dice que la comunidad del "League of Legends" es cancerígena, pero después de leer un poco, no me parece diferente a la de cualquier juego multijugador, especialmente gratuito. Podría ser, que estos juegos estén plagados de niños con muy poca paciencia y entendimiento, a los que sus padres permiten jugar a pesar de no llegar a la edad recomendada u obligatoria (luego la culpa será de los juegos). Pero no sólo de niños se nutren estas comunidades y en base a mi experiencia más reciente, no suelen pisar el foro. Los hay, pero no suelen.
Cómo anécdota graciosa, hace poco un chaval me juró odio eterno porque al aparcar su nave en la salida de vehículos, al generar yo un camión de transporte, me lo llevé por delante. Y según él, su clan se encargaría de cazarme.

El World of Tanks es un ejemplo estupendo. Yo antes de meterme en el foro oficial de ese juego jugaba más tranquilo. Aún así, por el chat de juego se podían ver unas lindezas interesantes de leer, en varios idiomas distintos, fruto de ser un juego en el que te puedes quedar parado tranquilamente detrás de una piedra para escribirle a la gente que son una panda de campers por ejemplo. Qué irónico.
Al foro entré para ver las novedades y por si habría algún código promocional y en general encontré muchos llorones, conspiranoides que se creen que el juego les tiene manía, prepotentes que hieden a arbusto, con sus raíces en tierra y todo...
Ya no juego al WoT, en parte gracias a las "mejoras" añadidas por Wargaming (compañía dueña del juego) y en parte a acabar asqueado de tantísimo capullo que se cree Patton o Rommel, de una comunidad de jugadores cobardes, pues algo bueno que tiene el juego, es que consigue que la gente tenga sensación de pérdida si es destruido, pero claro, esto los convierte en histéricos cobardicas que no pueden permitirse perder ni un crédito digital que no vale nada (los que pagan son bastantes menos) y cuya eficiencia es su vida, hasta el punto que casi parece un trabajo. Hay juegos y juegos y desde luego, llegar a esos extremos por un arcade sencillote de tanques me parece un poco absurdo.

Un juego similar en el que no he tenido tantos problemas con la comunidad (dentro del juego, el foro ni lo he pisado, pues estoy escarmentado), es el War Thunder. Con esto no quiere decir que los imbéciles no lo hayan pisado, sino que probablemente están demasiado ocupados en el juego cómo para poder decir algo (y si se ponen a discutir por chat mueren horriblemente porque no tienen las manos en los controles).

No hablo ya de que el espíritu competitivo se pueda cargar un juego (sí, Infestation, te miro a tí), sino de que la mezquindad, el egoísmo, la prepotencia y otros sentimientos tan humanos arruinan la experiencia de un juego que puede ser excelente y que se acaba convirtiendo en algo completamente distinto, que ni es divertido ni al menos, satisfactorio.

sábado, 15 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (3)

Casi se me olvida actualizar. La siguiente vendrá dentro de una semana, pues eso estipula el calendario. Y no queremos cabrear al calendario, ¿verdad?

Ale, para hoy hay Mala durante un buen rato, cabreándose y pegando tiros. ¿Qué más se podría pedir?



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Casi se me olvida actualizar. La siguiente vendrá dentro de una semana, pues eso estipula el calendario. Y no queremos cabrear al calendario, ¿verdad?

Ale, para hoy hay Mala durante un buen rato, cabreándose y pegando tiros. ¿Qué más se podría pedir?




Se habían acercado más. Eran muy rápidos y parecían vestidos con una suerte de trozos blindados. La roja luz del sol los iluminaba, arrancando reflejos de sus armas, que parecían hechas a mano, aún en la distancia. Pero también parecían adecuadas a su tamaño.
–Cargad los rifles termales hijos míos –McQuarry pasó varios cintos con munición y los rifles que traía al hombro–. Creo que con los fusiles de asalto no podremos hacerles mucho, así que dejádselos a los mejores tiradores. Al resto os quiero con estos trastos.
Los “mejores tiradores” observaron con envidia al resto, imaginando si pudieran llevar un arma así. Pero hicieron de tripas corazón e intentaron no decepcionar a su sargento, además, solían ser bastante prepotentes y poder demostrar su habilidad les atraía mucho
–Disparad con cabeza, no falléis tiro porque no habrán muchas oportunidades.
De pronto, dejaron de verlos. Los sabían escondidos tras los peñascos más cercanos, aguardando al mejor momento para hacer su movimiento y caerles encima. Todos estaban muy nerviosos, a pesar del armamento del que disponían, no tenían claro que pudieran pararles los pies. Malabestia por su parte tenía todo el vello de punta y fruncía el ceño mucho más de lo habitual, que era bastante. Comprobó una última vez las alzas y apoyó la mejilla en la culata del arma, comprobando la alineación, hasta que quedó satisfecha.
De las rocas que ocultaban a sus enemigos llegaron salvajes gritos de guerra, pronunciados por gargantas y bocas mucho más grandes que las que tenían ellos, y se preguntaron si podrían aguantar un embate de aquellas terribles bestias. Mala rugió de pronto, imponiéndose con fiereza al griterío general y acallándolo por completo. Algo se estaba adueñando de ella y en medio de aquella locura comenzaba a pensar que no sería tan terrible dar rienda suelta al ardor que sentía por dentro. Sabía que en unos momentos, tendría mucho sentido.

Se lanzaron cómo una marea. No es que fueran muchos, pero no los podían abatir a no ser que les acertaran varias veces seguidas y en el estado de pánico que se encontraban los novatos aquello era una feria y sus armas; escopetillas. Los tiradores expertos consiguieron un par de bajas, logrando sobreponerse al miedo que les atenazaba el intestino y no lo soltaba. El sargento increpaba a los enemigos y animaba a sus hombres, convirtiéndose él sólo en un flanco gracias a sus disparos y su organización. Mala por su parte disparaba cómo si no hubiera un mañana, quemando munición rápidamente, sin dejar de gritar apenas, de una forma muy parecida a la de los yaguis, aunque acompasada con el brutal sonido de la ametralladora haciendo su trabajo con eficiencia. Por fin, la trinchera izquierda consiguió comenzar a encajar impactos, reduciendo a los enemigos considerablemente, pero aún así, dos llegaron hasta la línea, destrozando a tres de los novatos armados con termales. El pánico cundió pronto, con todos lanzándose encima unos de otros, tratando de escapar. Jerguins, intentó acertar a uno de los yaguis, más éste lo agarró del arma y levantandolo en volandas, comenzó a devorarlo sin reparar en sus escalofriantes aullidos. McQuarry con todo el vello de punta, casi incapaz de controlarse plantó rodilla en tierra y disparó tres salvas con toda la calma que encontró, sin prisas, apuntando a dar. Uno cayó derribado, pero el otro continuaba hacia él y ya no tenía espacio para disparar, aunque aún así, apuntó de nuevo, mientras el yagui lanzaba un tremendo zarpazo.
La zarpa no llegó nunca a tocarle. Ni el rifle termal a disparar, pues se había encasquillado. Una enorme manaza había frenado el ataque, aunque las uñas cómo cuchillas se le clavaban en la carne. Pero daba igual, no sentía nada de aquello. Los gritos, la reacción de sus compañeros y el olor de los piratas habían traído recuerdos escondidos que no eran suyos. Recuerdos salvajes, de sangre y violencia, grabados profundamente dentro de su ser. Malabestia iba a hacer honor a su nombre.
Apretó de pronto y retorció el brazo del yagui, que se astilló cómo una rama seca, mientras que con un gruñido propio de un gran depredador, agarró al pirata por el cuello y sin permitirle sobreponerse a la sorpresa, lo inclinó hacia atrás hasta que las poderosas vértebras no aguantaron la presión y cedieron a pesar de los fuertes músculos de la enorme bestia. McQuarry no daba crédito a todo aquello. Había escuchado mil y una historias acerca de los pocos semiyaguis que se veían habitualmente y cada una era más surrealista que la anterior. La reacción de Mala, aunque no tan exagerada cómo alguna de las historias que de ellos se contraban, resultaba impresionante en primera persona. Pero no le daría tiempo a disfrutar mucho del espectáculo, pues ella ya buscaba nuevas presas.
Agarró uno de los rifles termales con la zurda, mientras cargaba con la diestra la ametralladora. A pesar de la negativa del sargento, salió al descubierto, gruñendo de forma bestial y se encaminó a paso ligero hacia el destructor caído, donde el olfato le decía que había más. Púlsar la vio alejarse, todavía tratando de dominarse. Sin quererlo, cogió un par de cajas de munición y varios cargadores de termal y se alzó con dificultad sobre la trinchera.
–Espera Púlsar, no puedes ir solo –dijo el sargento, armándose hasta los dientes, pues ya había descartado reorganizar nada, sino con apoyar a Mala para cargarse al resto de esos cabrones–. Te acompaño.

Ya no era paso ligero. Corría con ansia cazadora, pero no cómo una depredadora, sino más bien una asesina. Las zancadas se sucedían cada vez más deprisa, pues a la misma velocidad crecía su sed de sangre. A cada paso, gruñía impaciente de repartir más muerte, consciente a un nivel muy básico que ella era parte de aquella guadaña, parte del mal y también parte de la solución. Había observado a los compañeros que quedaban en la zona con evidentes muestras de no recordarlos desde el fondo de la bestia, pero la razón que aún sobrevivía en ella era una voz más fuerte. Se trataba de imponer. Gritaba furiosa y se expandía, quería el control, aquello era una locura.
Jadeó un momento de camino hacia el destructor, consciente de todo aquello. Se puso a cubierto, tratando de repasar lo que ocurría. Había abandonado la trinchera, estaba muy armada y de camino hacia la nave caída. Meditó su siguiente movimiento respirando profundamente; la trinchera estaría abandonada a esas alturas, pues recordaba la espantada general al llegar los piratas hasta la línea. No podría defenderla ella sola aunque dispusiera de todo el arsenal del lugar. Así que decidió seguir su instinto; iría al foco de problemas y les patearía el culo personalmente. Lo que le extrañaba es que en su loca carrera no hubiera encontrado a ninguno más, pues aunque no solían cometer demasiados errores, la arrogancia yagui era legendaria. Supuso que no creerían que nadie sobreviviera a tan feroz ofensiva. Sería su último error.

El lugar de impacto era un cráter en el que se enterraba el gran destructor, que tenía enormes áreas dañadas y del que salía el vapor, ya que el sistema de refrigeración del armamento aún funcionaba. Por aquí y por allá se derramaban distintos tipos de líquido y en un boquete grande, cerca del borde interno del cráter, se encontraban tres yaguis. Mala descartó la ametralladora y la dejó a un lado. Volvía a sentir el pelo de punta, el pulsar rítmico del corazón en su sien, en la sed terrible que tenía y en el regusto metálico en su paladar. Volvía a sentir la furia asesina de hace un rato, pero se dominó por mantenerla a raya. Desplegó el termal correctamente antes de decidirse por una gran roca que quedaba a la derecha de los tres y se elevaba por encima del borde. Trepó sin esfuerzo, atenta al viento, que le traía los olores del destructor caído. Se sintió satisfecha con su elección, pues el sol no la cegaba y el aire no llevaría su olor hasta el enemigo.Ajustó las alzas, apuntó con cuidado y maldijo en voz alta, enfadada. Se habían movido y sólo tenía un tiro limpio con uno de ellos. Blasfemó para sus adentros y pensó en buscar otro lugar de tiro, pero la otra parte de ella gritaba de nuevo. En el aire había otros olores, que ya había notado en la trinchera y que la enervaban más allá de lo que hubiera creído nunca. Sin pretenderlo, oprimió el gatillo hasta que dejó de sentir el retroceso y el percutor daba en vacío.

lunes, 10 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (2)

Han sido 4 días y no 5, pero tengo la corazonada de que mañana no estaré en condiciones para publicar nada. Los virus flotan en el ambiente y son nuevos y más sofisticados que los anteriores.

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En órbita la batalla se recrudecía. Haces de mortífera luz iban de acá para allá entre las tres naves. La antigua fragata aguantaba el embate con admirable resolución, pero por varios lugares el escudo deflector comenzaba a dar muestras de ser incapaz de desviar satisfactoriamente los ataques enemigos. En el puente de mando, Thomas Aubrey mantenía su posición junto al panel de visión de estribor, soportando a pesar de su avanzada edad los vaivenes que sufría el navío.
–Quiero la aleta de estribor dos grados más inclinada hacia ellos, hay que tratar de que no tengan un tiro limpio –ordenó, sin dejar de mirar la pantalla que tenía delante–. Señores, nos enfrentamos a un enemigo de lo más poderoso. Se trata de...
No pudo terminar la frase. Uno de los navíos había chocado contra el cuello del puente de la fragata. Sin embargo, en lugar de separarse, parecía haber extendido una pasarela.
–¡Todos a las armas! –gritó el anciano, mientras desenvainaba su machete de energía y la poderosa pistola que cargaba al cinto–. ¡Hay que repeler el abordaje! ¡Traed servoarmaduras de combate y armamento pesado! ¡Comunicad con el alcázar y decidle a Énister que tome el mando si no volvemos a comunicar cada dos milaikas!

Hacía unos milaikas que el polvo se había terminado de posar y en la pequeña trinchera no habían visto señal alguna de enemigos.
–Tal vez hayan muerto todos –comentó Púlsar, sin tener en cuenta si era un pensamiento esperanzador o deprimente–. Igual hoy no combatimos.
–No seas agorero –le respondió el sargento, recordando que desde el destructor habían enviado un mensaje de socorro–. Piensa en esa gente.
–Eso hago pero pienso en la de aquí.
–Y en tí.
–Y en mí claro. –dijo, ofendido por la duda–. Es idiota no pensar en uno mismo en situaciones así.
McQuarry lo dejó estar. No es que el chaval fuera mal soldado, sino que tendía a tener un sentido de la autoconservación mucho más desarrollado que la media militar. Lo que no significaba nada más allá que el chico sintiera más deseos de ver un frente tranquilo que de patear el culo de sus enemigos. Lo que era moralmente aceptable, no servía demasiado allí. Mala, por su lado, tenía ganas de ver algo de acción por primera vez después de salir de la instrucción, que si bien había sido dura, que la pusieran siempre en el equipo en desventaja le había asegurado algo de camorra ficticia satisfactoria. Ahora esperaba que la camorra fuera real y no apartaba la vista del frente de batalla, aunque esperaba sinceramente no estar esta vez en desventaja.
Algo estalló en el cielo. Todos miraron en la dirección de la fragata, de la que había surgido un surtidor de fuego, aunque no cejaba en su empeño, disparando a bocajarro contra los navíos enemigos, que devolvían un fuego terrible en comparación con su tamaño.
–La antiaérea no responde al fuego. –comentó Malabestia, observando los silenciosos cañones de las posiciones defensivas–. Aubrey se está cascando en solitario contra ellos.
–¡Atención en el frente! –gritó de pronto el sargento, que no había apartado la vista en ningún momento–. Contactos desde el suroeste. ¡Jerguins, deje del maldito cigarrillo! ¡Muchachos, alzas en automático, no tiréis la munición contra objetivos poco claros! ¡Guardad los unos de los otros! ¡Buena suerte y que Laika os proteja!
Y allí, por el suroeste, se podían ver las figuras aproximándose. Eran fugaces retazos, que se movían con rapidez de roca en roca y de peñasco en peñasco. Debían de medir casi los tres metros de altura, aunque desde la distancia y su velocidad no se apreciaba del todo bien. Todos ajustaron las alzas en la posición automática y se colocaron en el borde de la trinchera, esperando que les costara algo más llegar al cuerpo a cuerpo.

–¡Servos al frente! –gritó de nuevo Aubrey, tratando de hacerse oír por encima del estruendo de los disparos de la artillería–. ¡Quiero las ametralladoras en los lados del pasillo! ¡No permitáis que pase ni uno.
Estaba de pie, rodeado de soldados que se preparaban para resistir el asalto, montando armas de posición, preparando algunas minas de bajo explosivo o enfundándose en las servoarmaduras de la infantería de marina, armadas con una pequeña panoplia de armamento dedicado para machacar al personal en corta y media distancia. El otro extremo del pasillo llevaba a las cabinas de los oficiales y no tenía salida. Sólo podían intentar tomar la nave por una dirección y con ello contaba el capitán para defenderla. Pero la identidad de sus enemigos jugaba en su contra. Uno de ellos podría atravesar una línea de combate de cinco soldados, haciéndolos trizas en el trance. Las servoarmaduras podrían frenar a varios de ellos de una vez y el armamento desplegado en corto haría papilla cualquier cosa que no estuviera forrada de blindaje. Pero con los yaguis nunca podía estar seguro, pues eran jodidamente astutos.
En el pasillo, en su lateral derecho comenzaron a sonar golpes brutales en la sección que estaban cortando desde fuera. La plancha cedió tras varios más y el vaho llenó la sección del pasillo. Entre el vapor condensado entró un olor bestial, y se adivinó una enorme figura que llenaba el pasillo. La misma dirigió hacia ellos dos ojos que ardían cómo ascuas. Estaba enfundada en acero, con cientos de correajes aguantando el ingenioso sistema defensivo, que parecía hecho a mano a partir de muchas otras. Su pecho lo adornaba un cráneo humáfero y en cada brazo, además de los fusiles montados, portaba varias cuchillas. Todos sintieron que su pelaje se erizaba. El capitán se llevó la mano hasta el comunicador.
–Control, comuníquese con el alcázar y dígale a Énister que tome el mando ya. Que selle el ascensor del puente y que si no volvemos a llamar considere abrir las escotillas de las cubiertas superiores.


La siguiente entrega, el viernes que viene.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (1)

Os traigo una fanficción (fanficción, debería probar a decirlo con la boca llena) basada en el universo de Pollito Wars dibujado por clara2g y coloreado por Rothstein. Este fanfic, el primero que he escrito en el entorno de los webcómics, me ha sido fácil de escribir, pero complejo en su corrección. De hecho, me ha llevado muchas,muchísimas más horas corregir lo que consideraba que estaba mal o que podía mejorar. Pero bueno, es algo común. Y eh, el cómic lo merece y másmola, que me he hinchado a reír con él (no son sólo las risas, pero es que aún encuentro restos de la última vez que reventé riendo). De veras, dadle una buena lectura, que lo merece, yo no recomiendo en vano.
Ahora, he de agradecer dos cosas:

¡La pedazo de portada! ¿No os parece chulísima? No es sólo ya que sea la primera portada que tiene alguno de mis trabajo, no. ¡Es que es una pasada!
¡Muchas gracias a clara2g y a Rothstein! ¡Detallazo!

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Y agradecer al Narrador de Antagis por su oportuna ayuda cuando le pregunté acerca del latín del título. No os podéis imaginar lo mal que se me dan los idiomas y el de Roma no podía ser menos, sino más.

Y bueno, a leer:

Pollito Wars.



Filii Belli.



Primera parte:

No podía creerlo. Excelentes resultados en la instrucción, mejores resultados físicos, conducta intachable y más moral que la mayoría de los sacos de carne de su promoción y a ella la habían destinado a una instalación minera, en el culo de la galaxia donde no vería un tiro si no lo disparaban por error. Y aún así, si no estaba delante se lo perdería. El día había amanecido rojo oscuro, cómo casi siempre, pues en aquél mundo que orbitaba perezoso en el cuarto anillo del sistema Trullac. La atmósfera era pesada y aunque se podía respirar, se recomendaba pasar una holaika cada mañana en la sala de respiración, para limpiar los cansados pulmones. La mayoría de mineros pasaba muy mucho del tema y llevaban respiración autónoma. Malabestia los había imitado al poco de llegar, pues si ellos que llevaban aquí añolaikas lo hacían, era mejor seguirles en esa mezcla de sabiduría psicótica que gastaban. Pero que se adaptara mejor no conseguía rebajar su ira.
Inspiró profundamente, tratando de relajarse. Estaba parada, como siempre, delante de la garita de acceso al puesto avanzado. No es que el lugar fuera tan importante cómo para requerir una guarnición, pero la N.A.M.E. estipula que cada explotación, sea de lo que sea, que apoye a la Alianza, ha de disponer de una defensa armada para garantizar de su seguridad. La “defensa armada” allí consistía en una vieja fragata bautizada muchos añolaikas atrás con el nombre de Beaufighter, unas posiciones artilleras aún más viejas pero supuestamente funcionales y dos pelotones completos, aunque recién salidos de la instrucción. Mandaba el lugar el capitán de la fragata, un hombre anciano ya, anclado en las viejas formas, aunque lúcido y valiente cómo él sólo. Se llamaba Thomas Aubrey y era un perrockabillie de pelaje dorado y gran estatura, que gustaba de agasajar a sus escasos oficiales y practicar el tiro con la basura espacial. A ella la había invitado el primer día que llegaron los nuevos reclutas y se había sentido incómoda en su presencia, pues como todos sabían, el anciano capitán aborrecía tanto a los yaguis, cómo a su prole. Pero entendía que Mala, pese a ser una mestiza de esa detestable raza, estaba con ellos y a pesar de sus perjuicios no la persiguió cómo sí les ocurría a otros bajo ciertos mandos.
Aquél sol se desplazaba con lentitud, convirtiendo el cielo en una fuente de destellos rojizos y anaranjados. Contuvo un bostezo y lo sacó por la nariz, entrecerrando los ojos para aparentar que la fuerte luz del amanecer le molestaba. Se había pasado la noche de guardia, pues no había nada que a la cálida luz del satélite amarillo se le escapara y su sargento lo sabía. El sargento McQuarry era un tipo honesto y amable. Parecía de aquellas personas destinadas a iluminar el día de alguien y estar en el ejército le pegaba tanto cómo a un mesías dos pistolas.

–Vengo para relevarla –alguien habló más allá de su ombligo. Se inclinó para poder ver al ardillamativo con fusil, que era casi más grande que él–. Dice el sargento que tiene el día libre.
–Bien gracias –estaba cansada y sólo le apetecía dormir con tranquilidad en su cuarto. Se lo habían tenido que habilitar en la antigua enfermería porque no cabía en los camastros normales–. Buen dilaika.
Se acercó a los barracones para dejar el fusil y las piezas de la armadura en la taquilla. Le molestaba enormemente su armadura asignada, porque nadie había tenido la previsión de encargar algunas más grandes. Así que se la quitó con hastío y se dejó la enorme camiseta de tirantes y los pantalones lisos y fue a su habitación con ánimo de dormir al menos hasta la tarde, para comer algo y continuar con la modificación que había planeado para su armadura y su arma.

Arriba, en los límites del sistema algo ocurría. Nada se escuchaba, pero las estrellas comenzaban a deformarse alrededor de un punto, cómo si algo de más allá del Universo quisiera entrar.. En un momento dado, la realidad se rasgó con violencia, provocando olas de radiación y dejando ver una forma puntiaguda. Un destructor clase Furious Squirrel acababa de atravesar el tejido universal y estaba ardiendo. En su interior, dos bandos combatían por el control de la astronave. Dos navíos que parecían construidos a base de antiguas naves aparecieron a ambas bordas del destructor. Las olas cósmicas producidas por la entrada de las otras dos naves lo desviaron en dirección al planeta, que no sabría nada de aquello hasta dos milaikas después.
El escándalo la despertó. Era la alarma de incursión enemiga, que retumbaba por toda la base. Se levantó de un salto y corrió dando grandes zancadas para equiparse. Su pelotón estaba allí, cogiendo el equipo con prisas.
–¡Malabestia, cámbiese y no se separe de mi trasero! –le dijo McQuarry nada más verla. Estaba cargando con el lanzacohetes y dos fusiles–. Ha entrado un destructor en el sistema, lanzando una señal de socorro y otra de advertencia. Los han abordado y combaten mano a mano. Le persiguen dos naves sin identificar, pero a juzgar por los daños del destructor, podrían ser pequeñas fragatas.
–En ese caso es el capitán Aubrey quien ha de encargarse, ¿no? –dijo, ajustándose la armadura con una mueca de enfado–. Y las defensas planetarias.
–El destructor va a intentar tomar en forzoso. Tenemos que contener cualquier enemigo que intente hacerse el listo.
Mala sonrió. Para aquello se había estado preparando. Dejó olvidado el fusil y cogió la ametralladora, junto con varios cajones de munición.
–¡Eh! ¡Eso es mío! –protestó el ametrallador del pelotón, viéndose desarmado–.
–Coge mi fusil nenaza, tú no sabrías usar esta preciosidad sin hacértelo en los pantalones.

El sargento corría con rapidez hacia las trincheras prefabricadas del exterior de los cuarteles. Una gran línea de mineros cercanos había ido a resguardarse de la alerta en el búnker de la base.
–¡Lo tenemos encima!
Y era cierto. A través de las rojas nubes, el destructor trataba de reducir velocidad con los aerofrenos. Con un atronador sonido, tocó tierra a varios centenares de metros de allí, deslizándose ante la base, hasta quedar frente a las trincheras del norte. Sobre él, la vieja fragata respondía al fuego de los navíos sin identificar, que avanzaban bajo el aluvión con decisión. En el control de fuego trataban de poner en orden las baterías, que ahora se movían raquiticamente, tratando de lograr un blanco claro.
–¡¿Qué tal creéis que se le dará al viejo Aubrey?! –gritó el ardillamativo que había relevado a Mala por la mañana, ajeno al espectáculo del frente–. ¡Por cierto me llaman Púlsar!
–¡¿Y eso?! –preguntó sorprendida, pues no se esperaba tanta energía en un envoltorio tan compacto–. ¡¿Sueles soltar ventosidades?!
–¡Ja, ja! No –rió sin apenas sentimiento, incapaz de verle la gracia al chiste–. ¡Siempre dicen que quien pasa cerca de mí acaba acelerado!
El estruendo cesó. Ya sólo podían oír las rocas asentándose, pero el destructor estaba oculto por la nube de polvo, que se colaba entre aquél panorama desolador. Mala terminó de montar la ametralladora y juntó los cajones de munición para tenerlos a mano para la recarga.


5 días hasta la siguiente parte.


P.D: Thomas Aubrey es un ligero homenaje a Jack Aubrey y Thomas Pullings, de la serie de libros que comienza con Capitán de Mar y Guerra de Patrick O'Brian (serie Aubrey y Maturin, altamente recomendable).