miércoles, 5 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (1)

Os traigo una fanficción (fanficción, debería probar a decirlo con la boca llena) basada en el universo de Pollito Wars dibujado por clara2g y coloreado por Rothstein. Este fanfic, el primero que he escrito en el entorno de los webcómics, me ha sido fácil de escribir, pero complejo en su corrección. De hecho, me ha llevado muchas,muchísimas más horas corregir lo que consideraba que estaba mal o que podía mejorar. Pero bueno, es algo común. Y eh, el cómic lo merece y másmola, que me he hinchado a reír con él (no son sólo las risas, pero es que aún encuentro restos de la última vez que reventé riendo). De veras, dadle una buena lectura, que lo merece, yo no recomiendo en vano.
Ahora, he de agradecer dos cosas:

¡La pedazo de portada! ¿No os parece chulísima? No es sólo ya que sea la primera portada que tiene alguno de mis trabajo, no. ¡Es que es una pasada!
¡Muchas gracias a clara2g y a Rothstein! ¡Detallazo!

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Y agradecer al Narrador de Antagis por su oportuna ayuda cuando le pregunté acerca del latín del título. No os podéis imaginar lo mal que se me dan los idiomas y el de Roma no podía ser menos, sino más.

Y bueno, a leer:

Pollito Wars.



Filii Belli.



Primera parte:

No podía creerlo. Excelentes resultados en la instrucción, mejores resultados físicos, conducta intachable y más moral que la mayoría de los sacos de carne de su promoción y a ella la habían destinado a una instalación minera, en el culo de la galaxia donde no vería un tiro si no lo disparaban por error. Y aún así, si no estaba delante se lo perdería. El día había amanecido rojo oscuro, cómo casi siempre, pues en aquél mundo que orbitaba perezoso en el cuarto anillo del sistema Trullac. La atmósfera era pesada y aunque se podía respirar, se recomendaba pasar una holaika cada mañana en la sala de respiración, para limpiar los cansados pulmones. La mayoría de mineros pasaba muy mucho del tema y llevaban respiración autónoma. Malabestia los había imitado al poco de llegar, pues si ellos que llevaban aquí añolaikas lo hacían, era mejor seguirles en esa mezcla de sabiduría psicótica que gastaban. Pero que se adaptara mejor no conseguía rebajar su ira.
Inspiró profundamente, tratando de relajarse. Estaba parada, como siempre, delante de la garita de acceso al puesto avanzado. No es que el lugar fuera tan importante cómo para requerir una guarnición, pero la N.A.M.E. estipula que cada explotación, sea de lo que sea, que apoye a la Alianza, ha de disponer de una defensa armada para garantizar de su seguridad. La “defensa armada” allí consistía en una vieja fragata bautizada muchos añolaikas atrás con el nombre de Beaufighter, unas posiciones artilleras aún más viejas pero supuestamente funcionales y dos pelotones completos, aunque recién salidos de la instrucción. Mandaba el lugar el capitán de la fragata, un hombre anciano ya, anclado en las viejas formas, aunque lúcido y valiente cómo él sólo. Se llamaba Thomas Aubrey y era un perrockabillie de pelaje dorado y gran estatura, que gustaba de agasajar a sus escasos oficiales y practicar el tiro con la basura espacial. A ella la había invitado el primer día que llegaron los nuevos reclutas y se había sentido incómoda en su presencia, pues como todos sabían, el anciano capitán aborrecía tanto a los yaguis, cómo a su prole. Pero entendía que Mala, pese a ser una mestiza de esa detestable raza, estaba con ellos y a pesar de sus perjuicios no la persiguió cómo sí les ocurría a otros bajo ciertos mandos.
Aquél sol se desplazaba con lentitud, convirtiendo el cielo en una fuente de destellos rojizos y anaranjados. Contuvo un bostezo y lo sacó por la nariz, entrecerrando los ojos para aparentar que la fuerte luz del amanecer le molestaba. Se había pasado la noche de guardia, pues no había nada que a la cálida luz del satélite amarillo se le escapara y su sargento lo sabía. El sargento McQuarry era un tipo honesto y amable. Parecía de aquellas personas destinadas a iluminar el día de alguien y estar en el ejército le pegaba tanto cómo a un mesías dos pistolas.

–Vengo para relevarla –alguien habló más allá de su ombligo. Se inclinó para poder ver al ardillamativo con fusil, que era casi más grande que él–. Dice el sargento que tiene el día libre.
–Bien gracias –estaba cansada y sólo le apetecía dormir con tranquilidad en su cuarto. Se lo habían tenido que habilitar en la antigua enfermería porque no cabía en los camastros normales–. Buen dilaika.
Se acercó a los barracones para dejar el fusil y las piezas de la armadura en la taquilla. Le molestaba enormemente su armadura asignada, porque nadie había tenido la previsión de encargar algunas más grandes. Así que se la quitó con hastío y se dejó la enorme camiseta de tirantes y los pantalones lisos y fue a su habitación con ánimo de dormir al menos hasta la tarde, para comer algo y continuar con la modificación que había planeado para su armadura y su arma.

Arriba, en los límites del sistema algo ocurría. Nada se escuchaba, pero las estrellas comenzaban a deformarse alrededor de un punto, cómo si algo de más allá del Universo quisiera entrar.. En un momento dado, la realidad se rasgó con violencia, provocando olas de radiación y dejando ver una forma puntiaguda. Un destructor clase Furious Squirrel acababa de atravesar el tejido universal y estaba ardiendo. En su interior, dos bandos combatían por el control de la astronave. Dos navíos que parecían construidos a base de antiguas naves aparecieron a ambas bordas del destructor. Las olas cósmicas producidas por la entrada de las otras dos naves lo desviaron en dirección al planeta, que no sabría nada de aquello hasta dos milaikas después.
El escándalo la despertó. Era la alarma de incursión enemiga, que retumbaba por toda la base. Se levantó de un salto y corrió dando grandes zancadas para equiparse. Su pelotón estaba allí, cogiendo el equipo con prisas.
–¡Malabestia, cámbiese y no se separe de mi trasero! –le dijo McQuarry nada más verla. Estaba cargando con el lanzacohetes y dos fusiles–. Ha entrado un destructor en el sistema, lanzando una señal de socorro y otra de advertencia. Los han abordado y combaten mano a mano. Le persiguen dos naves sin identificar, pero a juzgar por los daños del destructor, podrían ser pequeñas fragatas.
–En ese caso es el capitán Aubrey quien ha de encargarse, ¿no? –dijo, ajustándose la armadura con una mueca de enfado–. Y las defensas planetarias.
–El destructor va a intentar tomar en forzoso. Tenemos que contener cualquier enemigo que intente hacerse el listo.
Mala sonrió. Para aquello se había estado preparando. Dejó olvidado el fusil y cogió la ametralladora, junto con varios cajones de munición.
–¡Eh! ¡Eso es mío! –protestó el ametrallador del pelotón, viéndose desarmado–.
–Coge mi fusil nenaza, tú no sabrías usar esta preciosidad sin hacértelo en los pantalones.

El sargento corría con rapidez hacia las trincheras prefabricadas del exterior de los cuarteles. Una gran línea de mineros cercanos había ido a resguardarse de la alerta en el búnker de la base.
–¡Lo tenemos encima!
Y era cierto. A través de las rojas nubes, el destructor trataba de reducir velocidad con los aerofrenos. Con un atronador sonido, tocó tierra a varios centenares de metros de allí, deslizándose ante la base, hasta quedar frente a las trincheras del norte. Sobre él, la vieja fragata respondía al fuego de los navíos sin identificar, que avanzaban bajo el aluvión con decisión. En el control de fuego trataban de poner en orden las baterías, que ahora se movían raquiticamente, tratando de lograr un blanco claro.
–¡¿Qué tal creéis que se le dará al viejo Aubrey?! –gritó el ardillamativo que había relevado a Mala por la mañana, ajeno al espectáculo del frente–. ¡Por cierto me llaman Púlsar!
–¡¿Y eso?! –preguntó sorprendida, pues no se esperaba tanta energía en un envoltorio tan compacto–. ¡¿Sueles soltar ventosidades?!
–¡Ja, ja! No –rió sin apenas sentimiento, incapaz de verle la gracia al chiste–. ¡Siempre dicen que quien pasa cerca de mí acaba acelerado!
El estruendo cesó. Ya sólo podían oír las rocas asentándose, pero el destructor estaba oculto por la nube de polvo, que se colaba entre aquél panorama desolador. Mala terminó de montar la ametralladora y juntó los cajones de munición para tenerlos a mano para la recarga.


5 días hasta la siguiente parte.


P.D: Thomas Aubrey es un ligero homenaje a Jack Aubrey y Thomas Pullings, de la serie de libros que comienza con Capitán de Mar y Guerra de Patrick O'Brian (serie Aubrey y Maturin, altamente recomendable).

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