lunes, 10 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (2)

Han sido 4 días y no 5, pero tengo la corazonada de que mañana no estaré en condiciones para publicar nada. Los virus flotan en el ambiente y son nuevos y más sofisticados que los anteriores.

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En órbita la batalla se recrudecía. Haces de mortífera luz iban de acá para allá entre las tres naves. La antigua fragata aguantaba el embate con admirable resolución, pero por varios lugares el escudo deflector comenzaba a dar muestras de ser incapaz de desviar satisfactoriamente los ataques enemigos. En el puente de mando, Thomas Aubrey mantenía su posición junto al panel de visión de estribor, soportando a pesar de su avanzada edad los vaivenes que sufría el navío.
–Quiero la aleta de estribor dos grados más inclinada hacia ellos, hay que tratar de que no tengan un tiro limpio –ordenó, sin dejar de mirar la pantalla que tenía delante–. Señores, nos enfrentamos a un enemigo de lo más poderoso. Se trata de...
No pudo terminar la frase. Uno de los navíos había chocado contra el cuello del puente de la fragata. Sin embargo, en lugar de separarse, parecía haber extendido una pasarela.
–¡Todos a las armas! –gritó el anciano, mientras desenvainaba su machete de energía y la poderosa pistola que cargaba al cinto–. ¡Hay que repeler el abordaje! ¡Traed servoarmaduras de combate y armamento pesado! ¡Comunicad con el alcázar y decidle a Énister que tome el mando si no volvemos a comunicar cada dos milaikas!

Hacía unos milaikas que el polvo se había terminado de posar y en la pequeña trinchera no habían visto señal alguna de enemigos.
–Tal vez hayan muerto todos –comentó Púlsar, sin tener en cuenta si era un pensamiento esperanzador o deprimente–. Igual hoy no combatimos.
–No seas agorero –le respondió el sargento, recordando que desde el destructor habían enviado un mensaje de socorro–. Piensa en esa gente.
–Eso hago pero pienso en la de aquí.
–Y en tí.
–Y en mí claro. –dijo, ofendido por la duda–. Es idiota no pensar en uno mismo en situaciones así.
McQuarry lo dejó estar. No es que el chaval fuera mal soldado, sino que tendía a tener un sentido de la autoconservación mucho más desarrollado que la media militar. Lo que no significaba nada más allá que el chico sintiera más deseos de ver un frente tranquilo que de patear el culo de sus enemigos. Lo que era moralmente aceptable, no servía demasiado allí. Mala, por su lado, tenía ganas de ver algo de acción por primera vez después de salir de la instrucción, que si bien había sido dura, que la pusieran siempre en el equipo en desventaja le había asegurado algo de camorra ficticia satisfactoria. Ahora esperaba que la camorra fuera real y no apartaba la vista del frente de batalla, aunque esperaba sinceramente no estar esta vez en desventaja.
Algo estalló en el cielo. Todos miraron en la dirección de la fragata, de la que había surgido un surtidor de fuego, aunque no cejaba en su empeño, disparando a bocajarro contra los navíos enemigos, que devolvían un fuego terrible en comparación con su tamaño.
–La antiaérea no responde al fuego. –comentó Malabestia, observando los silenciosos cañones de las posiciones defensivas–. Aubrey se está cascando en solitario contra ellos.
–¡Atención en el frente! –gritó de pronto el sargento, que no había apartado la vista en ningún momento–. Contactos desde el suroeste. ¡Jerguins, deje del maldito cigarrillo! ¡Muchachos, alzas en automático, no tiréis la munición contra objetivos poco claros! ¡Guardad los unos de los otros! ¡Buena suerte y que Laika os proteja!
Y allí, por el suroeste, se podían ver las figuras aproximándose. Eran fugaces retazos, que se movían con rapidez de roca en roca y de peñasco en peñasco. Debían de medir casi los tres metros de altura, aunque desde la distancia y su velocidad no se apreciaba del todo bien. Todos ajustaron las alzas en la posición automática y se colocaron en el borde de la trinchera, esperando que les costara algo más llegar al cuerpo a cuerpo.

–¡Servos al frente! –gritó de nuevo Aubrey, tratando de hacerse oír por encima del estruendo de los disparos de la artillería–. ¡Quiero las ametralladoras en los lados del pasillo! ¡No permitáis que pase ni uno.
Estaba de pie, rodeado de soldados que se preparaban para resistir el asalto, montando armas de posición, preparando algunas minas de bajo explosivo o enfundándose en las servoarmaduras de la infantería de marina, armadas con una pequeña panoplia de armamento dedicado para machacar al personal en corta y media distancia. El otro extremo del pasillo llevaba a las cabinas de los oficiales y no tenía salida. Sólo podían intentar tomar la nave por una dirección y con ello contaba el capitán para defenderla. Pero la identidad de sus enemigos jugaba en su contra. Uno de ellos podría atravesar una línea de combate de cinco soldados, haciéndolos trizas en el trance. Las servoarmaduras podrían frenar a varios de ellos de una vez y el armamento desplegado en corto haría papilla cualquier cosa que no estuviera forrada de blindaje. Pero con los yaguis nunca podía estar seguro, pues eran jodidamente astutos.
En el pasillo, en su lateral derecho comenzaron a sonar golpes brutales en la sección que estaban cortando desde fuera. La plancha cedió tras varios más y el vaho llenó la sección del pasillo. Entre el vapor condensado entró un olor bestial, y se adivinó una enorme figura que llenaba el pasillo. La misma dirigió hacia ellos dos ojos que ardían cómo ascuas. Estaba enfundada en acero, con cientos de correajes aguantando el ingenioso sistema defensivo, que parecía hecho a mano a partir de muchas otras. Su pecho lo adornaba un cráneo humáfero y en cada brazo, además de los fusiles montados, portaba varias cuchillas. Todos sintieron que su pelaje se erizaba. El capitán se llevó la mano hasta el comunicador.
–Control, comuníquese con el alcázar y dígale a Énister que tome el mando ya. Que selle el ascensor del puente y que si no volvemos a llamar considere abrir las escotillas de las cubiertas superiores.


La siguiente entrega, el viernes que viene.

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