domingo, 23 de febrero de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (4)

Volvemos con el final de la primera parte del fanfic de Pollito Wars, algo más tarde de lo que esperaba merced de un olvido, una tarjeta gráfica quemada y un dolor de tarro.
La siguiente entrega para el viernes que viene.
Pollito Wars
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En la fragata, los infantes de marina combatían cuerpo a cuerpo contra los yaguis, demostrando su buena instrucción, pero la mayoría de ellos eran de la misma quinta que su capitán y ya comenzaban a notarlo. Thomas estaba apoyado en una de las paredes, mientras le apretaban con fuerza la venda al costado y gruñía por el dolor que sentía–¡No les deis ni un sólo paso! –gritó, para darse fuerzas y darlas a sus subordinados–. ¡No tienen nada que hacer!
Volvió al combate, ignorando las peticiones de su inmediato. No podía dejar a sus muchachos con aquel fregado, pues a algunos los conocía desde el principio. Y todos le habían apoyado, siempre.
–¡No tenéiss esperanza malditos! –gritó uno de los piratas, tras su máscara de acero–. Rendíos ahora y sserá menos lento.
Aubrey le disparó en la cara con su enorme pistola, compensando el retroceso del arma con un extraño movimiento de brazo. Otro le llegó al cuerpo a cuerpo y antes de que su resplandeciente machete diera cuenta de él, una infante enfundada en la servoarmadura lo estampó contra la pared del pasillo, gritando para envalentonarse, muy al uso de todos ellos. Y no permitió que se levantara, pues a patadas de aquél monstruo de combate le hundió la placa pectoral hasta que rezumó sangre.
–¡No se exponga capitán! –dijo ella, enfadada, pues siempre tenían que recordarle lo mismo–.
–¡Vista al frente soldado!
Un enorme yagui, tal vez el más grande que habían visto nunca y que estaba muy inclinado en su armadura para poder meterse en los estrechos pasillos de un navío de guerra apareció frente a ellos.
–Sssí, más esclavos, más comida, ¡más mujeres! –exclamó, regodeándose en su supuesto éxito–. Capitán, ríndete, o será mucho peor.
Thomas lo miró con fastidio. La infante de marina se interponía dispuesta a destripar lo que fuera que se le pusiera por delante, pero con sus armas muertas no podría hacerlo a distancia. Sin embargo, no hizo falta. Aubrey apuntó con cuidado y con aquél gesto para recargar cada disparo, le soltó a bocajarro seis descargas seguidas, desviando el arma en una suave curva hacia su derecha, antes de usar el pulgar para girar el sistema automático de revólver, roto durante el combate. El yagui, cayó muerto, estampando su frontal contra la cubierta.
–Nadie ha tomado mi nave –dijo en alto para que lo oyeran todos, mientras se ciscaba en el brazo de la pistola–. ¡Y no serán unos apestosos piratas los primeros!
A su alrededor se sucedieron los vivas y los hurras, atronando en el estrecho pasillo. Ya no venía ninguno y avanzaron cautelosos hasta la plancha de abordaje del navío pirata. Al otro lado de la oscura caverna, varios pares de ascuas los observaban airados. Aquellos ancianos se les estaban resistiendo más de lo esperado y la fragata repartía fuego por ambas bordas, llegando a poner sus armas al rojo con tal de seguir disparando. Aquello no pintaba tan bien cómo al principio para los yaguis.
–Han dicho esclavos –comentó uno de los infantes de marina, posicionándose delante de la entrada–. Más esclavos.
Cómo si lo hubieran ensayado, leves lamentos y quejidos consiguieron atravesar la apestosa atmósfera, sorteando la ruidosa respiración de aquellos demonios de tres metros. Todos se crisparon de pronto, atacados por la enorme responsabilidad de lo que acababan de imaginar.
–Yo voy –dijo la infante que lo había protegido–. ¿Quién me sigue?
–¿Quién? –comentó el capitán, sonriendo–. Comandante Kahina, creo que está bastante claro.
A su alrededor decenas de armas se acerrojaban, los sistemas se comprobaban y el mismo Thomas recargaba la pistola y se aseguraba de que el machete siguiera funcionando correctamente.
–Vamos a hacer filetes de hijos de puta.
Y cómo uno solo, avanzaron hacia la oscuridad, aullando y gruñendo, sabiéndose adalides de la Muerte.

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