domingo, 16 de marzo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (7)

No he solucionado los problemas técnicos, pero me he ido a casa de mi hermano, desde donde sí puedo publicar tranquilamente. El siguiente para dentro de cinco días.

En otro orden de cosas, me ha llegado un fantástico fanartazo de LuisDiez, con Púlsar cómo protagonista. No dejéis de echarle un vistazo porque merece y mucho, la pena. ¡Muchas gracias colega!
Púlsar vs Yagui


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El pasillo era un hervidero de golpes, imprecaciones y disparos. Sauri seguía avanzando, aplastando a cualquiera que se interpusiera en su camino con sus garras y haciendo fuego con los potentes cañones del brazo. Hem se iba quedando atrás, incapaz de hacer funcionar correctamente la servoarmadura, tan dañada que apenas se tenía en pie. Norme había muerto, empalado por varios enemigos y un compañero de la segunda línea trataba sin demasiado éxito, tapar su hueco. Thomas trataba de infundir ánimos, pero aquella expedición se les comenzaba a ir de las manos. Toda aquella carnicería empezaba a ser demasiado para algunos y la comandante a pesar de todo avanzaba. Aplastó la cara de uno y estampó a otro contra el techo casi con el mismo movimiento y trató de situarse. Se le echaron encima media docena de enemigos, dando dentelladas, zarpazos y gritando. Sauri gritaba, lanzando golpes a diestro y siniestro, destrozando protecciones y carne. Algo horadó su blindaje y su cuerpo, pero continuó peleando.
–¡Tisco! ¡Segunda línea, apretad, apretad! –gritó de pronto Thomas, al darse cuenta de que todo se iba al diablo–. ¡Avanzad y combatir recio! ¡A ellos, a ellos! ¡Beaufighter, vamos beaufighter!
Aubrey saltó hacia adelante, tomando el lugar del fallecido Norme, a pesar de no llevar equipo para aquello. Dada su estatura respecto a los yaguis, casi pasaba desapercibido entre tanto cuerpo y tanta oscuridad, pero aún así, arriesgaba mucho. Los infantes sintieron vergüenza de ver a sus dos superiores tan adelantados y profirieron los mismos gritos, avanzando para estrechar líneas. Los yaguis no quedaron atrás y cerraron huecos, para tratar de atrapar a Sauri y a Hem lo más lejos posibles de sus compañeros. Hem aguantaba a duras penas y de la comandante sólo se veía un montón de piratas sobre ella, de los que se elevaba alguno destrozado de vez en cuando. El capitán se metió entre las estrechas filas, zafando su cuerpo de las afiladas cuchillas yagui, cercenando tendones y corvas casi sin mirar, enfilado en dirección a Sauri. Alguien le hirió un costado, pero el codo de uno de los piratas le salvó de que lo desgarrara completamente. Con un gruñido desesperado, se apoyó en la rodilla de otro y saltó hacia su cuello, seccionando casi la mitad de un sólo golpe. El muerto no pudo caer entre los suyos y Thomas lo aprovechó para encaramarse a él y saltar hacia adelante, embutiendose entre varios y consiguiendo meterse entre las patas de la servoarmadura de Sauri, que apenas se movía ya del sitio, excepto para matar a cualquiera que se le acercara.
–¡Comandante!
–¿Capitán? –respondió ella con un hilo de sorprendida voz–. ¿Qué demonios...?
–Kahina, se ha alejado demasiado. La han rodeado.
–¡Ya lo veo maldición! –alzó un poco la voz. Se maldecía por la imprudencia. No creía que fueran tantos–. ¿Qué carajos hace aquí?
–¡Venir en su ayuda, maldita sea! ¡Estoy herido!
–¡Le dije que se quedara atrás!
–Oh, Sauri, será terrible.
–¿Qué?
–¡Capturarán el Beaufighter! –gritó, teatral, mientras seccionaba más piernas que se acercaban. Por detrás corearon de nuevo con fuerza el nombre de la fragata al escuchar que la nombraba–. Todos esos esclavos, ¡no serán liberados!
–Ya vale.
–Y la colonia minera, ¡arrasada! –continuó con su actuación entre la violenta irrealidad que lo envolvía–. ¡Los niños! ¡Oh! ¡Oh, los niños!
–¡He dicho que ya vale! –giró sobre sus talones, empaló con su diestra a un yagui y lo proyectó a trozos contra el techo con los cañones. Con la zurda barrió a unos cuantos con fiereza y rugió!–. ¡Infantes, a mí! ¡Beau! ¡Beau! ¡BEAUFIGHTER!
Hem apareció cuando los infantes de marina terminaron el grito de guerra. Golpeó cómo el trueno y segó la vida de un pirata que trataba de abrir la placa del espaldar de Sauri. Su armadura no funcionaba del todo bien, pero aparentaba apañárselas. Tras él, con renovadas energías, cargaba media compañía de soldados embarcados de la fragata, que ya se habían podido equipar. Todos gritaban el nombre del navío y todos tenían ganas de destripar yagui.


Mala escurrió de sangre el brazo. Toda ella era una montaña de pequeñas y grandes heridas, sangre de varios enemigos y ropa rota, que dejaba ver mucho más de lo que alguien especialmente mojigato desearía. Parecía más calmada, pero McQuarry no quería arriesgarse a tener que matarla si la molestaba, pero sabía que no podía perder más tiempo en que volviera en sí. No sabía si quedaban más enemigos y no tenía ganas de lidiar con la ira de Malabestia si aparecían más piratas, pero debía hacerlo.
–¡Malabestia! –gritó desde su parapeto, atento a las reacciones de la soldado–. ¿¡Está consciente!?
No respondió. Símplemente, le lanzó una mirada llena de significado que lo dejó helado donde se encontraba y continuó con lo suyo.
–Uauh Malabestia –dijo de pronto Púlsar, que se había deslizado hasta ella sin atravesar el espacio intermedio–, ha sido impresionante ver cómo machacabas a todos esos piratas con las manos desnudas sin pestañear lo más mínimo ni preocuparte de sus horripilantes muertes que en verdad te digo que han sido horripilantes porque las he visto y me han hecho dudar de que fuera buena idea destripar a alguien aunque el alguien fuera un yagui cabrón, pero me alegro porque ahora no tendremos a muchos más para combatir e igual hasta ganamos hoy esta batalla aunque nunca hay que vender la piel del oso antes de cazarlo sea lo que sea un oso aunque creo que tal y como lo suelen decir probablemente sea un pariente tuyo o al menos admirador muy cercano...
McQuarry ahora sudaba frío atento a la cháchara. Púlsar podía poner frenético al tipo más tranquilo, paciente, gordo y feliz del Universo entero. Y ahora le estaba hablando a una semiyagui beta que acaba de cepillarse a varios yaguis cuerpo a cuerpo y que no parece reconocer a nadie. Sopesó rápidamente sus opciones, entre las que figuraba la posibilidad de ejecutar a Malabestia en el acto para evitar violencias posteriores. El problema es que estaba casi seguro que aquello sólo la cabrearía mucho más. Otra opción que pensó, fue la de cargarse al ardillamativo, pero la descartó inmediatamente, pues con la potra que solía tener aquél personajillo, probablemente le estallara el arma en las manos. Casi sin pensar, se movió hacia adelante, decidido.
–¡¡¡CÁLLATE!!! –el grito retumbó en toda la zona, y lo escucharon incluso unas energías semiconscientes que estaban a punto de hacer su aparición cómo espíritus todopoderosos y que prefirieron volver otro dilaika que no hubiera tanta ira en el ambiente–. ¡¡¡HAZ LO QUE QUIERAS, PERO CÁLLATE!!!
McQuarry sudaba todavía más frío y se había detenido en seco al escuchar el brutal grito. Incluso creyó ver a lo lejos un súbito rayo aparecido en el cielo al mismo tiempo. Malabestia había gritado tanto que incluso Púlsar la miraba silencioso, con el estupor en la cara y la frase inconclusa en los labios.
–¡De verdad Púlsar, que llegas a ser cargante! –gritó de nuevo, pero con un volúmen que los de estuvieran a más de tres kilómetros podrían aguantar–. ¿¡De dónde has salido, de un repetidor!?
Los ecos aún se oían en el valle y formaban una cacofonía de “állate, állate, állate” e “idor, idor, idor” que ponía los pelos de punta.
El sargento se acercó, todavía cauteloso. Sabía que el pequeño ardillamativo podía sacar de sus casillas a cualquiera, pero no sabía si la Malabestia destripa-yaguis podía hablar o gritar palabras entendibles, pues era la primera vez que veía algo así.
–¿Qué ocurre sargento? –preguntó, extrañada de cómo la miraba McQuarry, una mezcla de aprehensión y sorpresa–. ¿Qué demonios le ha pasado a mi uniforme?
–Podríamos decir que le has pasado tú, soldado –dijo, pasándole su guerrera para que se tapara lo tapable–. Y de una forma admirable, todo sea dicho.
–Gracias –comentó, rompiendo la prenda y cubriendo las zonas conflictivas–; creo.
–Bien, he traído arma y Púlsar ha traído munición suficiente para arrasar con quien venga –comentó, ajustándose el rifle termal en el brazo–. Va, inspeccionemos la nave, por si hubieran más de esos hijos de puta.

Malabestia avanzó con paso decidido, cubierta por el sargento y Púlsar, atentos a cualquier movimiento hostil en la zona. No había aparecido otro pirata desde el último y no parecía que fueran a aparecer por el negro boquete en el costado del destructor. El impacto había agrietado el casco hasta el punto de crear aquella tremenda abertura, de la que habían desembarcado los yagui, dispuestos a asaltar la base defensiva en tierra. El metal retorcido presentaba feas aristas, así que se mantuvieron alejados de los bordes, previniendo dolorosos cortes que si entraban en combate podrían suponerles un problema. Así, con calma, mientras Púlsar trataba de establecer contacto con los de a bordo usando el comunicador, se adentraron en la parpadeante penumbra interna.

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