sábado, 5 de abril de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (9)

Y no tengo tiempo ni para comentar; con mucho retraso os traigo la nueva entrega del fanfic. Espero que la disfrutéis.




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El alcázar del Beaufighter hervía de actividad. El primer oficial Énister había tomado el mando y mantenía el control de fuego bajo su atenta mirada. Haces de luz impactaban contra el casco, desviándose en ocasiones gracias a la angulación y el material del navío cómo a los escudos deflectores, que aún, a pesar de todo, funcionaban.
Énister era alto y espigado, de pelaje castaño oscuro y ojos grises, con una cicatriz provocada por un golpe añolaikas atrás en el pómulo derecho. Inclinó toda su estatura para hacer caso al oficial de sensores, que le indicaba las pantallas.
–¡Se retiran! –gritó, enardecido; pues cinco milaikas más de tan intenso combate y no sabía si la fragata aguantaría–. ¡Apretadles y que no escapen! ¡No deben escapar y dar nuestra posición a otros!
Efectivamente, el navío pirata, incapaz de mantener la liza, se retiraba hacia espacio profundo, virando con lentitud, dejando tras de sí los jirones de partículas desprendidas del maltratado casco.
–Jim, necesito que se comunique con los infantes de marina –dijo al oficial encargado de las comunicaciones, un anciano ajado y malencarado–, hemos de desenganchar para perseguirlos cuanto antes. Comunique con la superficie y dé el aviso de iniciando persecución.

En el espacio, ambas naves comenzaron a maniobrar. El pasillo de conexión entre la fragata y la astronave capturada se desenganchó bruscamente, dejando atrás algunos restos desgarrados del puente de abordaje. Reanudaron el fuego, tratando de frenar la huída del navío pirata, que ya aceleraba en dirección a las profundidades del sistema, para alejarse del pozo gravitacional que generaba el planeta. Los haces láser llenaron el espacio entre ambas astronaves, disipándose contra el casco o desviándose por efecto de los escudos deflectores, que ya estaban demasiado disminuidos cómo para poder reflejar todos los disparos.
–Muy bien, repulsores; compensad –dijo Énister, atento a la maniobra en el blindado alcázar–. Avante toda.
Los tres nucleosoplantes de la fragata se inflamaron en una llamarada azulada, haciendo vibrar el casco por el esfuerzo de volver al movimiento de combate después de tanto tiempo. Se puso tras su estela con un suave vaivén gracias a los sistemas de repulsión e inmediatamente de la nave yagui se desprendieron pequeños objetos. Apenas tardaron un momento en poder analizarlos y otro más en obtener una visual cercana de varios de ellos; se trataban de pequeñas naves y cápsulas de salvamento.
–¿Están evacuando? –Énister estaba asombrado. Era la cuarta vez que los combatía y nunca los había visto usar un medio de eyección–.
–Señor, están tripulados, pero no son yagui –el oficial de sensores trabajaba rápidamente–. Son esclavos.
En la visual, a través de los ventanucos en alguna de las pequeñas naves, se podían ver pequeños rostros que miraban al vacío aterrorizados. Énister enmudeció. Aquello no se lo esperaba.
–Aquí Aubrey –la voz sonó trémula en los comunicadores de todos los oficiales del alcázar–. Hemos capturado el navío yagui. Continúen con la persecución, ignoren a los náufragos. Nosotros nos encargamos.
–Me alegra escucharlo capitán –dijo el primer oficial, encantado de saber que continuaba vivo–. Muchas gracias por el apoyo.
Nadie contestó, pero la nave abordada ya se acercaba lentamente a la pequeña nube de esclavos abandonados.
–Muy bien, atención repulsores de babor –sin apartar la vista del mapa tridimensional, Énister daba la orden de maniobra–; impulso medio. Seguir un poco más... ¡Parad! ¡Estribor! ¡Compensad!
Los repulsores de estribor resoplaron para frenar el movimiento horizontal y continuar hacia adelante, en una maniobra tantas veces ejecutada antes que no habría hecho falta ni dar la secuencia completa de órdenes.
Lo que tampoco se esperaban, es que al ver que perdían distancia, el navío yagui se dirigiera directamente al planeta. Nadie en su sano juicio querría acercarse más a los cañones orbitales de una posición fortificada. Pero claro, la posición no había abierto fuego, y el control de tierra no había dado aviso de que los sistemas de fuego estaban atascados y no podían poner los hidráulicos en marcha, ya que alguien había obviado su mantenimiento. En cada revista que se pasaba, el corrupto capitán de artilleros había dado el visto bueno, a pesar de que algunas partes esenciales habían sido vendidas en el mercado negro. De esto, poca gente se enteró después de la batalla, pero el codicioso saboteador desapareció tres dilaikas más tarde para aparecer ahorcado ante la entrada de su casa.
–Vamos a seguirlos. Repulsores –se irguió completamente y cómo una vieja costumbre, se puso las manos en la espalda–, atentos a la orden.
Se desvió del curso suavemente, siguiendo la misma dirección que tomaban los yagui. Ante ellos, el navío pirata comenzó a brillar por la fricción, justo antes de que la fragata, ofreciendo su panza hiciera lo propio.
–Repulsores de proa, levantad dos grados más –las correcciones las daba respecto al pequeño monitor de estado, que iba cambiando según la temperatura aumentaba–, vamos demasiado rápidos.
–Señor, el casco soporta demasiada presión ya, si lo levantan más...
–Hágame caso. Dos grados más.
–Sí señor –el piloto volvió la cabeza a su puesto–. Repulsores. Proa, dos grados más hacia arriba.
El movimiento fue brusco. El aire ya combatía por levantarlo, pero el control de repulsión compensó adecuadamente el descenso. No podían inclinar ningún lado más de la cuenta si querían sobrevivir a la entrada en el planeta. No era la primera persecución de ese tipo que llevaban a cabo en el Beaufighter, pero sí la primera después de mucho tiempo y aunque la fragata era sólida y maniobrera, también proporcionaba un enorme plano de vuelo atmosférico y su maniobra de reentrada debía de ejecutarse perfectamente.
–Nos disparan.
–Sabía yo que no se rendirían –sonrió el primero oficial, encantado de que volvieran a presentar batalla–. No podemos responder hasta que no salgamos de la zona de peligro y podamos levantar los escudos térmicos, así que atentos a cualquier impacto para compensarlo inmediatamente.
–Sí señor.
Los haces se disimulaban en el pequeño infierno anaranjado que ocurría en la panza de ambas naves. La yagui, algo más estrecha y pequeña, avanzaba rápidamente, pues ofrecía menos resistencia, en comparación con la fragata que le iba a la zaga, de la que cada vez se distanciaba más.
–¡Repulsores! –gritó de pronto Énister, atento a la altitud y a la velocidad–. ¡Proa abajo, veinte grados!
–¡Señor!
–¡He dicho veinte grados! ¡Y es para hace diez selaikas!
El piloto gruñó y repitió la orden. El Beaufighter se inclinó con violencia y cayó de pronto varias docenas de metros, acelerando y alcanzando temperaturas extremas. El puente, uno de los elementos menos aerodinámicos del aparato, se puso en un tono que nada bueno presagiaba. Pero casi inmediatamente el aire se despejó. El color rojo temperatura dió paso a un rojo parduzco, más limpio. El cielo de aquél planeta, que desde tierra parecía tan sucio, era bello en sus alturas, cómo cualquier cielo visto desde el aire. Ahora, el Beaufighter recuperaba con rapidez el terreno perdido.
–Retirad los escudos térmicos. –apenas se había movido en su pose, la misma que llevaba adoptando desde que lo nombraron teniente hacía ya tanto tiempo–. ¡Preparado control de fuego! ¡A discreción en cuanto estemos a tiro!
Volvieron los disparos, mientras seguían descendiendo rápidamente a través de las nubes, que se inflamaban de colores según ambos navíos abrían fuego entre ellos.

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