jueves, 29 de mayo de 2014

Partida de Guerra 5

El siempre incombustible Cano, autor, entre otras cosas del excelente cómic Ibosim o el divertidísimo Piloto virtual, me ha regalado un pedazo de dibujo por adelantarme y fanear el primero su nuevo webcómic: Primeras páginas, una suerte de primeras viñetas de cómics que nunca llegaron a dibujarse, pero cuya primera página me dejó tan impresionado que le dí al botoncito de seguir directamente, sin darme cuenta de que era el primero.

Cómo ya le he dicho en el apartado de arte del webcómic, no tengo palabras para describir lo muchísimo que me ha gustado a tantos niveles, así que para enseñaroslo lo antes posible, os traigo nueva entrega de Partida de Guerra, pues la excelente ilustración muestra al protagonista, Reissig y a Klethi, en actitud relajada:




¡Muchas gracias maestro!




La llovizna era molesta. Repiqueteaba en la armadura de los mamelucos y aquello parecía un tenderete de cacerolas puesto al aire libre y no favorecía en absoluto el uso de la caballería. Klethi sentía el tabardo humedeciendose por momentos y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Generalmente mantenía las distancias en la batalla, lanzando jabalinas y venablos cubierta por la infantería y apoyando a quién fuera necesario. Nunca había combatido en primera línea.
–El rey ha comenzado el ataque –dijo Matheld, mientras montaba a la espalda de un caballero swadiano–. ¡Hombres! ¡Conocen su cometido! ¡Buena suerte a todos! ¡Avanzad!
Cientos de cascos trotaron sobre las escasas plantas que por allí crecían, aplastandolas. Klethi dió un suave tirón de las riendas de la gran yegua de su jefe. Era una hermosa yegua que le había comprado a un tipo siniestro en Praven hacía cuatro años, de pelaje tan dorado que refulgía aún con poca luz.
–¡Vamos Válka! –la yegua obedecía bien y ligera. Ahora no llevaba la barda y su único equipo era la silla de monta verde, el gran escudo redondo y el arma favorita del mercenario, un enorme lucero del alba–. ¡Vamos bonita!
Los swadianos tomaron la delantera, con sus monturas echando espuma por la boca, agobiadas por el peso extra de los grandes norteños que se agarraban con fuerza a los experimentados jinetes. Los vaégires, seguidos por algunos arqueros montados kherguitas se extendieron a los flancos, con ánimo de evitar cualquier tipo de intento de intercepción por parte de la caballería del desierto enemiga. La tormenta arreciaba lejos, pero el tronar de la caballería lanzándose cada vez más rápido hacía parecer que la tuvieran encima. Klethi se sintió sobrecogida y se ajustó por cuarta vez el casco, los guantes y todo lo que le parecía que no estuviera bien sujeto. A su lado uno de los mamelucos, consciente del gesto, le tocó en el hombro con suavidad para atraer su atención y le hizo un gesto. Un gesto, que sumado al estruendo, a la numerosa cantidad de mamelucos armados hasta los dientes que la rodeaban y a los brillantes ojos negros que la miraban con amabilidad desde detrás del casco con velo de malla del soldado no dejaba dudas de su significado; “nada que temer”.
Hawaha era un hervidero de enemigos. Por el lado que atacaba el ejército comandado por el rey Graveth se había podido formar una línea de infantería correctamente y rechazaba con decisión a los potentes infantes rhodok y sus arqueros hacían buena sangría lanzando cientos de flechas sin cesar al viento. Sin embargo, por el lado que cargaba la compañía mercenaria, que hacía dos semanas había ascendido a ejército baronial, apenas se había organizado una escuálida fila. Cuando estuvieron bien a la vista, los mamelucos, los swadianos, vaégires, todos lo que podían mirar hacia adelante aullaron a una sola vez de alegría y excitación por la batalla. Espolearon con violencia para no dar más tiempo y los caballeros se adelantaron, flanqueados por los kherguitas, que habían prescindido de espadas y sólo cargaban carcajs, para cargar con cuantas más flechas mejor. Los vaégires hacían molinetes con sus sables y no dudaban en elevar sus tremendos gritos de guerra en su lengua, con tal de que el enemigo supiera a qué atenerse con ellos, que no era otra cosa que a la muerte.
Con las lanzas en ristre, los swadianos cargaron de frente contra la escasa línea de escudos y lanzas que los sarraníes habían interpuesto, atravesandola sin dificultad. Las alas de arqueros montados se desplegaron para rodear y seguir hostigando a su enemigo, mientras los vaégires impactaron a su vez contra los extremos más desprotegidos. El centro de caballería pesada se dividió y todos los huscarles saltaron a pie, para reagruparse bajo el mando de Matheld, que no soportaba que la llevaran a caballo.
–¡Cargad hombres, cargad!
El núcleo de mamelucos continuó recto cómo una flecha, sin variar la velocidad, mientras los aliados se apartaban del camino, conscientes de que no frenarían ante nadie y que podrían morir bajo sus cascos. Aplastaron a cuanto infante solitario encontraron en su trayectoria y localizaron a su líder, hacia el que cabalgaron describiendo una amplia curva, para no perder velocidad y evitar que Klethi quedara al descubierto, pues algunos de los arqueros se habían subido a las casas y los hostigaban ya. La cubrían con sus cuerpos y su escudos, dentro de lo posible y así, comenzaron a encajar daños, aunque ninguno frenó la marcha.

–¡¿Por qué esos mamelucos cargan en nuestra dirección?! –el emir se había vestido con su ornamentada armadura de combate a toda prisa y ahora se colocaba el casco con velo de malla con rapidez–. ¡Que alguien les diga dónde está la batalla!
–Señor, esos no son de los nuestros, por ese lado nos ataca también el enemigo –el ordenanza de Dhiyul se frotaba las manos con nerviosismo y ponía la cara menos militar que se sabía–. Han intentado frenar su avance y un capitán trata de formar otra línea ahora frente a ellos; ¿ve?
–¿Línea? ¡Esos campesinos mal armados! ¿Eso es lo que llama línea?
–Pero excelencia, es lo que reclutó en…
–¡Ya sé lo que recluté!
–Más baratos que una compañía de lanceros pertrechada, dijo.
–Me parece, mercenario –dijo a Reissig, que sonreía viendo a los mamelucos bajo su mando cargar directos contra la pobre línea de campesinos, bien dispuesta, pero no demasiado bien preparada–, que sí que te son leales.
–Ya se lo dije, excelencia. Leales y muy valientes.
–Traedme mi sable, ordenanza.
–Lástima que los suyos no lo sean tanto, excelencia.
–Cuando termine contigo, veremos lo leales que son.
–Cuando ellos lleguen hasta aquí –dijo, con una sonrisa amplia y desagradable–, me gustará ver cuantos de sus hombres se quedan a ver qué ocurre con su excelencia. Pase lo que pase conmigo.
Alguien trajo el sable del emir con una disculpa. Los gritos se acrecentaron tras el mercenario; los mamelucos habían impactado contra la defensa que el desconocido capitán había interpuesto, pero no combatían, sino que seguían adelante. Los que sí que parecían querer combatir eran los swadianos que venían detrás. Alguien golpeó en los riñones a Reissig, que cayó de rodillas con gran dolor. Dhiyul alzó el sable y calculó con cuidado.
–¡Si no puedo vengarme con todo el tiempo del mundo, al menos te mataré perro!

2 comentarios:

  1. Cuando seamos mayores y tengamos dineros para publicar en serio (o en serie) un manual de Sd12, este señor será nuestro ilustrador.

    El texto, como es habitual en este sitio, muy bueno.

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  2. Cano es un artistazo de veinte pares. Por subcultura hay unos cuantos, pero pocos que puedan variar tanto de estilo o al menos que lo hagan tan habitualmente cómo él. Y que además cojan la esencia de los personajes y los pinten de forma tan magnífica... Uah. Y sí, sería fantástico poder proponerselo, porque sería una pasada.

    Mil gracias por el comentario. La verdad es que el principio de esta entrega fue otro de esos pequeños escollos que me encuentro últimamente.

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