lunes, 5 de mayo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (11)

El siguiente en menos de una semana, que hay que compensar el parón.


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–¡Conectad el reactor de respaldo! –Énister se aguantaba gracias a la barra que hace añolaikas había hecho instalar en el alcázar previendo situaciones cómo aquella–. ¡Repulsores inferiores, a toda potencia!
–¡Señor, el reactor de respaldo falla! ¡También ha resultado dañado!
La fragata, envuelta en llamas, caía todavía movida por su propia inercia, pero la proa estaba cada vez más inclinada hacia el suelo.
–Que los ingenieros intenten un reinicio de emergencia –dijo, incapaz ya de gritar por la urgencia–. Todos a sus puestos de colisión.
Abajo, en el interior de la nave, el reactor intentaba ponerse en marcha de nuevo. Los ingenieros reparaban los fallos visibles con rapidez, sabiendo que en breve, no habría tiempo para nada más. Usaron los cebadores manuales, destinados a dar un pequeño pico energético, para que el resto del reactor comenzara a producir de forma autónoma.
–¡Tenemos energía! –gritó de pronto el piloto, atento como estaba a los repulsores–. ¡Repuslores inferiores de proa, a toda potencia!
El navío enderezó la proa y la levantó, frenando la caída.
–Avante media, repulsores, ¡compensad! –Énister revisó los datos del panel y se volvió a sentar en el sillón de mando, en el que pocas veces se había aposentado–. ¡Preparados para el impacto!
A pesar de volver a tener el sistema de maniobra, la fragata había descendido demasiado y demasiado deprisa. La popa tocó la superficie con tal violencia que el navío se combó antes de impactar con el resto del casco, que se arrastró destrozando rocas y abriendo un enorme surco en tierra.
En su interior, la tripulación trataba de ponerse en pie a oscuras. Algunos habían podido llegar a sus puestos de emergencia pero otros no habían tenido tanta suerte y poblarían la enfermería los siguientes dilaikas. O la morgue.
–Informe de daños –dijo el primer oficial, consciente de que el cinto de seguridad parecía haberle partido una o dos costillas–. Y si es posible levantar de nuevo el Beaufighter hagámoslo.
–El reactor aguanta, pero tenemos los repulsores tan dañados que habrá que repararlos antes de volver a movernos.
–¿Los escudos?
–Caídos
–¿El soporte vital?
–Hemos abierto la ventilación, porque el sistema de vida no responde.
–¿Armamento?
–La mitad de las baterías pesadas están destruidas. De las ligeras, aún podríamos disparar un quince por ciento de ellas.
–Suficiente, preparados para reanudar fuego. Tenemos que derribarlos antes de que puedan escapar.

–Preparados –dijo McQuarry por el comunicador al puente del destructor caído–. Estamos en posición de disparo.
–Aquí puente, recibido. Les pasamos con el control de fuego.
–Aquí control de fuego, ¿me reciben?
–Soy Malabestia, indíquenos cuando encuadre al destructor en la mira.
–Espere un momento Malabestia, estamos dirigiendo toda la energía disponible a ese cañón. Tardará un poco.
–Comienza a pesar.
–Somos conscientes, vamos todo lo rápido que podemos.

–A mi señal, fuego concentrado, nada de tirar a lo loco– dijo Énister, de nuevo en pie–. Lo quiero en sus motores. En cuanto tengamos tiro.
–Sí señor. –el oficial de sensores esperó hasta que el aviso en verde saltara ante sus ojos –señor, están dentro del rango de combate.
–Qué rápido. Muy bien –se acercó a los monitores que le mostraban la visual–, abrid fuego.
Los rayos volvieron. Desde los afustes en el casco del que todavía asomaban las lenguas de fuego, pero no conseguían ocultar los haces de muerte que la fragata disparaba desde el suelo, incapaz de realizar movimiento alguno.
Desde lejos, el espectáculo era aterrador. El brutal zumbido de los disparos llenaba el aire incluso a la zona donde reposaba el destructor desde el que el trío ya apuntaba el cañón P.C.D. en dirección al navío pirata.
–Están muy lejos no creo que les lleguemos a dar –Púlsar era el más cercano al afuste y aguantaba con dificultad con los brazos extendidos para ayudar a Malabestia con el cañón–, tal vez el Beaufighter pueda derribarlos sin que tengamos que actuar nosotros o la batería de tierra sea capaz de disparar de una maldita vez por todas y así no atraer la atención de esos hijos de puta que se mueren por roer nuestros huesos y sorbernos el tuétano.
–Púlsar –dijo Mala, apretando la mandíbula tratando de concentrarse en el extremo del cañón–, eres todo un optimista.
–Me lo dicen en muchas ocasiones gracias, la verdad es que poca gente cree que yo sea pesimista porque mi sola forma de encarar la vida es un...
–Era broma.
–Oh.
El ardillamativo se calló contrariado. Le costaba en ocasiones captar esas cosas. Antes de que intentara responder, una escotilla se abrió pesadamente.
–Hola, hemos venido a ayudar –dijo una de las tripulantes del destructor, armada con extintores y acompañada de una cuadrilla de tripulantes–. Traemos equipo de extinción, agua y todo lo que hemos encontrado para las quemaduras.
El trío se les quedó mirando sin saber qué decir.
–Conseguís que no me convenza todo esto, desde luego –resumió el sargento el pensamiento de sus subordinados–. ¿Tan mal vamos a quedar?
–Pues... –dijo la chica–. Esperamos que no, pero... Tengan en cuenta que es por seguridad. Han calculado que el disparo puede corresponder a una batería orbital y generalmente nadie se acerca al proyector del haz tanto. Nunca se ha disparado un P.C.D. usando toda la capacidad del reactor.
–Vale, que no tenéis ni idea.
–Estaremos aquí, de espaldas. Nos han ordenado que no lo miremos directamente. En cuanto el disparo termine, os auxiliaremos aunque no parezca necesario.
–Es agradable al menos, gracias.

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