domingo, 11 de mayo de 2014

Pollito Wars: Filii Belli (12)

Bueno, técnicamente, menos de una semana. Sólo han sido seis días.

En fin... doceava entrega y final de la segunda parte. A partir de ahora, viene el epílogo, algo más largo, pero cuando finalice; se acabó, no he tenido fuerzas ni ganas para escribir nada más, excepto alguna cosa suelta. No tengo continuaciones de nada, no he podido completar guiones y estoy completamente seco. Lo siento realmente, no sólo por vosotros, sino desde un punto de vista completamente egoísta y personal. No me gusta ver la Senda tan abandonada y no me gusta que mis proyectos se queden parados, especialmente para una vez que no estoy siendo especialmente vago.
Cualquier sugerencia para relato breve será bien recibida y evidentemente, en caso de realizarse, esperad al menos, agradecimientos y crédito (dudo que saque dinero de ello, pero si se diera el caso, royalties).

Siguiente actualización dentro de 5 días.


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–Estamos preparados para disparar –dijo la voz en el comunicador desde el interior del destructor–. Confirmen.
–¡Listos! –respondieron los tres de una sola vez–.
–Bien, conectamos la refrigeración, preparados para hacer fuego –dijo de nuevo–. Eleven dos grados más el cañón.
Fuera, los tres gruñeron para levantarlo. Ninguno tenía una idea exacta de si le acertarían a la primera, pero sabían que mantendrían el disparo durante unos selaikas, para maximizar el daño producido, ya que probablemente, sólo funcionaría una vez antes de que se quemaran los acumuladores.
–No miréis directamente a la boca del cañón –les informaron–, de verdad, que no queréis hacerlo. Enfocad el objetivo y entornad los ojos aunque llevéis la máscara.
–Recibido. ¿Estamos preparados? –Mala y Púlsar asintieron a la vez, decidida una y resignado el otro–. Bien, control de fuego. Ha llegado la holaika de una maldita vez. No más putas correcciones.
En el desvencijado puente del destructor, unos pocos oficiales y su capitán organizaban el fuego.
–Disparo en 3, 2, 1... –último vistazo rápido, antes de oprimir el disparador–. ¡Fuego!
Los acumuladores chillaron, la instalación se puso al rojo, mientras el sistema de refrigeración emitía vapor. Pero nada ocurrió. El P.C.D. mantuvo el silencio. Un nervioso silencio recorrió los puestos del puente.
–¿Eh? –comenzó a decir Púlsar–. ¿No pasa..?
Sin más ruido, con un destello que oscureció el cielo a su alrededor, un haz luminoso que unos dijeron era azul pero otros jurarían que se acercaba más al verde, aunque todos coincidirían en que en su centro era de un blanco puro, se materializó de pronto sin que a ojos vista recorriera el camino intermedio entre el navío pirata y el destructor derribado. Desde la órbita, el resplandor que cegaba a todos cuanto lo miraban, era de una belleza siniestra y los que lo pudieron contemplar desde la presa capturada lo admiraron. En la desastrosa nave yagui, hubo una enorme explosión de chispas y se pudo escuchar claramente el casco retorciéndose en largas hebras metálicas que caían fundidas. Dio una brusca guiñada, para ofrecer el frontal y sus cañones abrieron fuego para contrarrestar el poderoso disparo. El surco brillante de la superficie de la nave supuraba cómo una enorme herida infectada. Varios impactos cayeron cerca del destructor e incluso uno acertó, pero el láser no varió su potencia ni su precisión.
Púlsar tenía los ojos completamente cerrados. McQuarry se miraba la punta de la nariz tratando de conseguir que la sombra de Mala le cubriera la cara. Por su parte, la semiyagui era incapaz de no emocionarse. Aquello era lo que buscaba. Un arma a su altura, en varios sentidos. Rugió, de salvaje satisfacción, elevando su brutal grito a los cielos. Los guantes estallaron en llamas y sus ojos lloraban, pues a pesar de la careta de protección aquello brillaba demasiado. Las capas del equipo anti-incendios echaban humo y ella ardía debajo cómo si tuviera fiebre roja. Pero lo estaba disfrutando.
El navío yagui, incapaz de acertar ningún disparo, trató de huir, pero no pudo. El tremendo haz de luz licuó el escaso blindaje posterior y lo atravesó de parte a parte, matando y desintegrando todo lo que se interponía en su camino. En apenas un selaika, el reactor dejó de actuar y el navío pirata cayó a la superficie con un enorme estrépito. Antes incluso de que se confirmara cómo derribo, los acumuladores del cañón se quemaron y dejó de funcionar. Inmediatamente, el trío lo soltó, haciéndose a un lado para evitar que los aplastara. Púlsar, mareado pero intacto, rodó hacia su derecha y casi cae por el inclinado casco, pero por suerte, la jefa del equipo de emergencia pudo atraparlo. McQuarry se trataba de apagar los brazos a golpes, que eran las zonas que habían quedado expuestas, pues Mala cubría el resto. Estaba muy desorientado y apenas veía, además de que tenía un calor infernal. Mala, sin embargo, ardía entera. Los tripulantes se acercaron con rapidez, y la rociaron con los extintores, antes de tirarle encima las mantas ignífugas. En cuanto las llamas parecían sofocadas, se ocuparon del sargento, que rodaba tratando de apagar las suyas y no dejaba de gritar; “¡cabrones, pasadme un extintor!”.
Ayudaron a los tres a retirarse las prendas de protección. Púlsar estaba febril y respiraba con dificultad enterrado completamente en gasas húmedas, pero parecía entero. McQuarry tenía chamuscado el pelaje superior y se dejaba humedecer, incapaz de responder por el calor que sentía.
–Ha de ser mío –dijo Malabestia, mirando fijamente el cañón caído, que echaba vapor y humo y chisporroteaba al contacto con el casco blindado del destructor.. Tenía los ojos inyectados en sangre y llorosos, que no apartaba del P.C.D.. Era todo hollín que se había desprendido de la ropa y se le quedaba pegado por el sudor, que le escocía en las quemaduras que se repartían por su cuerpo, que aunque impresionaban, no eran de consideración–. Ese trasto ha de ser mío.
En la lejanía, la nave crepitaba, incendiado su interior. Apenas diez milaikas después y sin que se observara ningún superviviente, explotó en una violenta deflagración, cuya onda expansiva hizo que se tambalearan.

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